Ya deben de conocer ustedes a Rafael Latorre y José Antonio Montano. Latorre y Montano son columnistas opinadores en este mismo medio y, a pesar de ello, buena gente. A ratos, hasta brillante.

Latorre, Montano y un servidor tenemos una pequeña broma privada a cuenta de la mala fama de la que goza el columnismo entre esa nueva hornada de blogueros, tuiteros, espontáneos con seudónimo y redactorzuelos de segunda pero con pretensiones de primera salidos de vaya usted a saber qué mugriento rincón de internet. La broma no es excesivamente ingeniosa pero a nosotros nos sirve para alguna que otra risa: a nuestra marginación en el rincón de pensar del periodismo respondemos llamándonos a nosotros mismos “los leprosos”.

—Magnífica su lepra de hoy, don Rafael.
—Gracias, leproso Montano.
—Será difícil superar su colgajo sanguinolento de esta mañana, Latorre.
—No, ¡por favor! Sus lepras sí que son insuperablemente putrefactas, don Cristian.
—A alguien le va a dar un ictus apoplético, caballeros.
—Que con su pan se lo coma.

Resulta que la generación más infantiloide de la historia del periodismo español le tiene alergia a la opinión. No al periodismo de sucesos, sobre el que ellos retozan como gorrino en charca. No al periodismo rosa, que ellos comentan con pretendida distancia irónica en sus perfiles de la red social de turno. No al periodismo deportivo o al de la sección de ocio y espectáculos, ese cuyos textos no sirven ni para envolver el bocadillo de sardinas del día siguiente. No. Al de opinión. Y lo dicen mientras escriben un reportaje de interés humano sobre cómo crear tus propios gimnasios y pokeparadas en Pokémon Go.

Miren: en este país no hay lectores suficientes, ni redactores con el nivel mínimo, ni el interés necesario, ni dinero bastante para crear un New Yorker, un The Atlantic, o un The Daily Beast. No digamos ya un Bloomberg Businessweek o un New York Times, quizá el ejemplo perfecto de cómo el mejor periodismo digital, aquel que utiliza de forma creativa todos los recursos del medio, puede acumular toneladas de prestigio y oleadas de admiración sin contrapartida digna de mención en sus resultados contables.

En realidad, el desprestigio del columnismo se deriva del desprestigio del tertulianismo televisivo. De ese todologismo que los cuñados llaman “cuñadismo”. Pero ve tú a explicarle a estos lamefarolas con ínfulas que despotrican del periodismo de opinión que el tertulianismo televisivo es poco más que el hijo tonto del columnismo. Y que el hijo tonto del tertulianismo televisivo no es otro que el periodismo de red social, ese desde el que el último de la fila de los hijos tontos despotrica… contra el columnismo.

Ojalá los pillara H.L. Mencken para que se enteraran de lo que vale un peine de columnista.