Las Campos como producto de fascinación y consumo televisivo contribuyen al retrato sociológico y emocional de un país democratizado en la bulimia, en la vulgaridad y en la ostentación. España a través de Las Campos es una nación en la que el clasismo se justifica si el desdén es pagado con afecto por parte del servicio, una comunidad de vecinos en la que la tendencia al fisgoneo sirve de acicate y atenuante al pecado original.

Asomarse a la mansión de María Teresa Campos y visitar el 'superático' de Terelu convierten el lujo y la opulencia en una nueva generación de derechos: el derecho a estar podridos de dinero pese a las calamidades ajenas, a disfrutar de un casoplón pese a Colau y las falanges antidesahucios, a pincharse botox pese al sentido común y el buen gusto, a tener una chacha que nos pele los ajos del gazpacho y a que un chófer simpático nos lleve al laburo en un carro fastuoso.

La veterana presentadora y su atribulada benjamina hacen pedagogía de la riqueza porque se han ganado a pulso cada céntimo y porque la humanizan cocinando con la 'chica', engullendo fiambres ante las cámaras y hablando a tumba abierta de los dos rasgos distintivos de las sociedades desarrolladas: la dieta y el cáncer.

A María Teresa le conocíamos la barbilla autoritaria, pero nunca la habíamos visto en albornoz y sin maquillaje tras darse un chapuzón en una piscina romana. A Terelu la queremos por sus problemas de obesidad, por sus aforismos de esparto y maza -"Si bebiera menos estaría más delgada pero sería menos feliz"- y por la sublimación del deseo sexual a través de la comida.

Ella hace de contrapunto a la altanería de su madre con la filosofía de las colas en los mercados de abastos. Y dice las mismas cosas que le oímos a nuestras madres y tías, las rudas verdades cotidianas, con chisposa llaneza. Su sorpresa al escuchar las respuestas digitales de 'Siri', la picardía con la que recuerda su rijosa soltería de madre separada, su complicidad con el ex y el afecto que le profesan sus amigos e invitados la convierten en algo así como la mujer que todos seremos. Terelu es la Victoria de Samotracia de las mujeres maduras entradas en carnes, una princesa de las clases medias que no quieren que les hables de elecciones.

Conocemos de mentira la vida de Las Campos y concluimos que son a la televisión lo que Rajoy a la política: un narcótico con forma de placebo, un speedball contra la monotonía y el cansancio de ser hombres y votantes.