Es julio y ya solo se habla de nada. A la orilla del mar el rugido de las olas se traga el análisis electoral, un buen sol desintegra los fantasmas que nos barruntaban semanas atrás, una mejor brisa arrastra pasadas tormentas y un libro, siempre un libro, certifica la defunción de las últimas noticias de pactos, sueños evanescentes, defunciones políticas, fiascos estrepitosos, sesiones de investidura o del penúltimo ejemplo de hasta dónde ha llegado la corrupción política en nuestro país. El hartazgo ha dejado el camino expedito al estío, al bostezo libre, al pasotismo ilustrado, a la nada.

Empieza a ser solo un lejano murmullo que después de todo lo que ha perpetrado Mariano Rajoy sigue siendo (y parece ser que seguirá en el futuro) el presidente de este país; que Pablo Iglesias continúa intentado ejecutar de una vez por todas al hermano Errejón para tratar de ocultar su rotundo fracaso personal; que Susana Díaz sigue amagando y cobardeando; que Pedro Sánchez de Gatsby sólo tiene la visera y con peor estilo; o que Albert Rivera continúa diluyéndose poco a poco entre el cero y la nada. Cuando estamos en pantalón corto todos ellos parecen personajes que buscan desesperadamente llegar al final de un camino sin ser conscientes de que allí ya no les espera nada.

Harto ya de estar harto, ya me cansé de preguntarle al mundo por qué y por qué, vagabundeaba Joan Manuel Serrat. Hartos estamos también nosotros, pero sin letra ni música, de tanta mezquindad (política, pero no solo política) y ahora solo queremos deambular entre el cielo y la tierra a la orilla de este, como aquél de Serrat, Mediterráneo calmo que nos permite mirar para otro lado para después poder volver la vista al frente. Es tiempo de desintoxicarnos de nosotros mismos y de todo aquello que nos ha empapado durante demasiado tiempo. Aspiramos a no convertirnos, como escribió alguien, en esos seres nocturnos que llaman solo para saber si hay alguien al otro lado de su silencio.

Tendremos que volver a nuestra puta realidad, sin duda, pero antes de hacerlo tendremos que limpiarnos de tanto pasapalabra inútil, de demasiados días sin objetivos, de no ver muchas veces más allá de nuestra mediocridad. Ahora toca dibujar lo que ni tan siquiera podemos leer, leer lo que por desgracia no somos capaces de escribir, escribir lo que no somos capaces de vivir, vivir lo que únicamente somos capaces de soñar. Toca también ocuparse únicamente del ahora sin preocuparnos de lo que tendremos que hacer mañana. Ver pasar cansinamente estos días que parecen trascurrir al ralentí, a cámara lenta, como si al macilento verano le costara lo suyo desplazar las agujas del tiempo.

Fue Scott Fitzgerald quien escribió que la vida empieza siempre cada verano. Lo que no hizo el padre de Gatsby fue decirnos que tras el verano volvemos a lo que dejamos atrás, a lo que nunca se fue de nuestro lado, a lo que somos. Ahora tan solo estamos soñando, soñando quizá despiertos.

Soñemos pues.