El referéndum sobre la permanencia del Reino Unido dentro de la UE abre un escenario de pavorosa incertidumbre. En contra de los últimos sondeos -y de las casas de apuestas- el brexit es ya una realidad. En manos de las cancillerías de los estados miembro queda el reto, y la obligación, de disipar el fantasma de la desintegración. Un 52% de los británicos ha empujado a la UE hacia el precipicio frente al 48% de sus compatriotas que intentó impedir la pesadilla. Una diferencia de 4 puntos -apenas un millón de votos- ha permitido a los eurófobos adentrarse en la aventura aislacionista.

El hundimiento de la libra en un 9% y del índice Nikei en un 8% y del Ibex un 11% hace temer el desplome generalizado de los parqués. De hecho, los bancos españoles han caído en torno al 15% por temor al contagio financiero del brexit. Habrá que esperar a ver si la inyección de liquidez extraordinaria prevista por Mario Draghi es suficiente para corregir la situación.

El UKIP celebra ya su particular “día de la independencia” hacia ninguna parte y el Frente Nacional Francés aplaude el duro golpe que la consulta del brexit ha asestado al proyecto común. Con este resultado es imposible dejarse llevar por el optimismo. Recomponer el espíritu de la UE de este traumático trance va a costar "esfuerzo, lágrimas y sudor". El Reino Unido es hoy un país dividido y a la intemperie por culpa de la irresponsabilidad de David Cameron, que ya ha anunciado su próxima renuncia. Ni siquiera queda garantizada su propia integridad territorial, ya que el desmembramiento de Europa alentará a los independentistas escoceses e irlandeses.

Aluminosis británica

Al conjunto de la UE no le queda más remedio que revisar y fortalecer el andamiaje común para proteger a Europa de la aluminosis británica. Al Reino Unido le quedan dos años por delante para soltar amarras y redefinir el estatus de los residentes extranjeros europeos. Y a la Unión le toca recomponer la senda del proyecto común teniendo en cuenta que la Europa posbrexit no puede afrontar los retos y problemas globales con la mismas actitudes e incurriendo en los mismos errores que dieron rienda suelta al euroescepticismo y el populismo en el Reino Unido. Sobre todo porque ambos virus están presentes ya en otros países del viejo continente. El primer error fue admitir la excepcionalidad británica tal como se hizo en el acuerdo de febrero.

Una cosa es que existan varias velocidades en el proyecto de integración y otra muy distinta permitir privilegios la quiebra del principio de solidaridad que sostiene a Europa. Es lo que sucedió hace cuatro meses, cuando Bruselas blindó un estatus especial para el Reino Unido dando pie a una vulneración de facto de la igualdad de derechos entre ciudadanos comunitarios. Consentir que Londres pudiera limitar el acceso a prestaciones a los ciudadanos del resto de Europa residentes en el Reino Unido no ha servido para mantener la fidelidad británica. Ahora sabemos que las regalías no vacunan contra la eurofobia, sino que la estimulan, de tal modo que unos pocos millones de británicos han puesto en jaque el marco de convivencia de 500 millones de habitantes.

Camino arduo

Es difícil pensar en una Europa desvinculada de una de sus principales potencias, además de contribuyente neto al presupuesto de la Unión, por lo que el camino será arduo. Las instituciones europeas y los estados miembro deberán hacer esfuerzos ímprobos para mantener la ilusión en el proyecto común. La restitución del espíritu europeo requiere subrayar las ventajas de estar unidos sin olvidar el mensaje lanzado por Reino Unido. El adiós británico no debería ralentizar el proceso de convergencia hacia una unión cada vez más estrecha, sino todo lo contrario.

Es el único modo de impedir que Europa caiga por el despeñadero de la desintegración. La primera tarea es intentar vacunar a la UE frente a los movimientos escépticos y eurófobos que crecen en su seno. Para ello hay que analizar con rigor cómo se ha llegado a esta situación, priorizar actuaciones y ser consecuentes y pragmáticos si queremos evitar que la UE sea cuestionada como marco de convivencia.

Crisis de refugiados

La Unión debe dar como prioridad una solución creíble, coordinada, compartida a la crisis de los refugiados; poner sobre la mesa actuaciones tendentes a responder de manera igualmente eficaz al problema de la inmigración ilegal; y también revisar los procesos de integración de quienes aspiran a formar parte del club de los 27. La realidad es que el acuerdo con Turquía con el que la UE intentó parchear la crisis de los refugiados ha generado más desconfianza entre los euroescépticos que tranquilidad en los convencidos.

La amenaza de recesión en EEUU y la precaria recuperación en la eurozona no son perspectivas halagüeñas en un continente en el que han crecido las desigualdades y en el que potencias principales como Alemania, Francia, Holanda e Italia afrontan en apenas un año elecciones con movimientos extremistas y populistas en ascenso. La lección británica no se puede obviar. Tal y como pasa con todos los movimientos separatistas, la cesión a las presiones no amortigua su determinación rupturista. Ahora se trata de evitar a toda costa que, en adelante, el espíritu constructivo de estadistas como Winston Churchill sea definitivamente suplantado por el mezquino y cicatero de demagogos como Nigel Farage.