Dos gestos de distinto signo han convulsionado una campaña marcada por el recelo entre los aspirantes y por la certidumbre de que no será nada fácil llegar a acuerdos tras el 26-J si -tal como pronostican los sondeos- no hay mayorías claras.

Por un lado, Cristina Cifuentes ha asistido este miércoles al desayuno-mitin que Rivera ha celebrado en el Hotel Ritz en calidad de invitada. Por otro, Albert Rivera, ha revelado que la jefa de gabinete de Pablo Iglesias, Irene Montero, se fue con el número dos de Soraya Sárenz de Santamaría, José Luis Ayllón, en un coche oficial del Gobierno tras una reunión preparatoria del debate a cuatro.

Ambas circunstancias han levantado ampollas. En el equipo de campaña de Rajoy ha sabido a cuerno quemado que una dirigente tan bien valorada en las encuestas como la presidenta de la Comunidad de Madrid haya acompañado en público al candidato de Ciudadanos. Sobre todo después de que el propio Rivera recordara a Rajoy que está "bajo sospecha" porque cobró más de 343.000 euros de dinero negro.

Por su parte, Podemos ha tachado a Rivera de "sectario" y "mezquino" por sugerir que el compadreo entre los colaboradores de Rajoy e Iglesias responde a que ambos comparten intereses o estrategias. También han asegurado que Montero y Ayllón hablaron de "banalidades" y que compartieron vehículo "por cortesía".

Si en política las formas son tan importantes como el contenido, en elecciones este axioma adquiere una dimensión insolayable para los candidatos y sus equipos. El campo libre de las interpretaciones está más que abonado. Fueron Montero y Ayllón quienes sorprendieron con su compadreo y ha sido Cifuentes quien, libremente, ha decidido asistir a un acto político de un rival político.

Puede que ninguno de los dos hechos reseñados tenga recorrido, pero en el terreno de las apariencias no se entiende que en el PP cause menos desconcierto el compadreo entre Ayllón y Montero que una muestra de buena relación con quien debería ser un aliado natural. Por el modo en que han reaccionado PP y Podemos, hay motivos para pensar que los equipos de campaña de Rajoy e Iglesias respiran por la herida.

El PP intenta presentar a Ciudadanos y PSOE como tributarios del Pacto del Abrazo. Ahora quizá toca preguntarse si aquel malogrado acuerdo de gobierno no ha sido sustituido por lo que podríamos bautizar como el pacto del cochazo.