El único debate a cuatro de la campaña se saldó en un momento preciso de auténtica tensión política cuando, en el bloque dedicado a hablar de corrupción y regeneración política, Albert Rivera desarboló a Mariano Rajoy y a Pablo Iglesias en dos intervenciones que desquiciaron a ambos.  

Primero sacó a Rajoy de sus casillas afeándole los SMS de apoyo a Bárcenas y recordándole que está "bajo sospecha" por el cobro de más de 340.000 euros de dinero negro, según la contabilidad manuscrita del extesorero del PP. Luego noqueó a Pablo Iglesias al reprocharle los aproximadamente 7 millones de euros de dinero bolivariano que, según un documento del Gobierno venezolano, fueron a parar a la fundación matriz de Podemos en 2008.

Debate decantado

La reacción atropellada de los aludidos decantó un debate hasta entonces dominado por el presidente en funciones y por el candidato de Unidos Podemos, a quien los sondeos presentan como próximo líder de la izquierda parlamentaria. 

El formato demasiado rígido y el tono blando con el que los aspirantes tomaron los atriles de la Academia de la Televisión dio lugar a una primera hora de monólogos cruzados. Los primeros dos bloques, el económico y el de políticas sociales, permitieron a los promotores de la pinza sobresalir cada uno en su papel.

Rajoy cómodo

El presidente en funciones manejó bien las cifras, pues comparecía adiestrado para el contraataque y, turno tras turno, logró transmitir el mensaje de que la gestión desarrollada ha sido la única posible y ha dado sus frutos. Apoyado en las cifras de creación de empleo y en la recuperación que experimenta la economía española -levemente mayor que la del resto de la Zona Euro-, Rajoy subrayó el mensaje de que no es momento de aventuras políticas. Llegó a sentirse tan cómodo que criticó al resto de candidatos su inexperiencia como gestores porque "a gobernar se viene aprendido".

Pablo Iglesias empleó un tono lastimero desacostumbrado en él, ni tan brillante ni tan audaz como suele frente a las cámaras, pero eficaz en la estrategia de presentarse como el 'candidato útil' de la izquierda frente a las políticas de austeridad. Además, no perdió ocasión de criticar a Pedro Sánchez, por confundirse de adversario, y de tender la mano al PSOE de cara al día después de las elecciones.

Relato bipolar

Pedro Sánchez se vio obligado una y otra vez a contradecir a Pablo Iglesias, culpándole de haber blindado a Rajoy, en lugar de intentar presentarse como auténtico líder de la oposición al PP. El candidato socialista se sabía también la lección y manejó bien las cifras, pero su discurso no lograba abrirse camino en el relato bipolar impuesto, desde que fracasó su investidura, por PP y Podemos.

Albert Rivera también mostró al principio dificultades para intentar encontrar su propio espacio hasta que la llegada del bloque de debate sobre corrupción y regeneración le mostró la guardia baja de sus rivales. Rajoy había aguantado con estoicismo las alusiones de Sánchez a Luis Bárcenas, al caso Taula y a la salida por la puerta de atrás del ministro José Manuel Soria. Sin embargo, estalló iracundo cuando el líder de Ciudadanos le pidió "no que dimita, pero sí una reflexión" porque al aparecer en los papeles de Bárcenas "no se puede confiar en usted".

"Inquisidor"

El presidente tildó de "inquisidor" a Rivera que, acto seguido, indignó a Pablo Iglesias al afirmar que "si Podemos no recibe dinero de los bancos es porque lo recibe de su amigo Maduro". La reacción de Iglesias fue parecida a la que tuvo Mariano Rajoy cuando Pedro Sánchez le llamó "indecente" en el debate a dos de diciembre.

Dos intervenciones en poco más de tres minutos de especial intensidad decantaron el único debate electoral de la campaña. Ahora está por ver si el éxito de dislocar la pinza de PP y Podemos frente a las cámaras tiene su correlato en una campaña que arrancó bajo el marchamo de la polarización.