Arde la Feria del Libro, en su 75 edición. Y, con ella, sus best-sellers volanderos. Arrebatadamente, sin freno. Combustiona la FdL con un nivel de benzeno tres veces superior al más alto alcanzado en 2015 en toda España. Llamea el Parque del Retiro, sin muchas ganas, pero con un apetito inagotable. Como el del incendio que devora desde el pasado 13 de mayo un gigantesco vertedero ilegal de neumáticos en Seseña.

Francia, país invitado a la humeante barbacoa. El fuego y el pavor se enredan confusamente. Por igual. En la descompuesta estampida del humo.

Nuestra Feria del Libro es desde siempre feria fogosa, sudadora y chamuscada. Hay rescoldos y chisporroteos en los expositores. Las personas se mueven como con fiebre a través de la quemazón de su circuito. Se ponen al rojo vivo las portadas de las pésimas novelas. Polis apostados en los arbustos cachean a algunas palabras antes de incorporarlas al discurso municipal.

No hay bomberos en Madrid para sofocar tanta desolación. Por eso Arturo Pérez-Reverte, Javier Marías y Francisco Rico deciden aunar fuerzas, aguerridos, aunque resulta en vano: agarran sus respectivas mangueras, de manera poco académica, con el entusiasmo del muchacho que derrocha su incipiente hombría. Tratan, así, de extinguir las llamas.

Sin riesgos, no hay buena literatura. Algo que, desde hace tiempo, dejó de importar a las editoriales.

Se incendia la FdL y degeneran las heroicidades en espectáculo grotesco. Como el de Almudena Grandes, grande de España que pilota el hidroavión que su bisabuelo dirigió en ignoradas ofensivas, el cual intenta amerizar en medio del concurrido estanque. Sin éxito. Caseta tras caseta (367), quedan todas ellas carbonizadas al final de la jornada.

Con la perplejidad del momento, nadie repara en Risto Mejide: devorafracasitos que desaparece Alcalá arriba tras domesticar el fuego. Anton Chigurh, a su lado, es una hermanita de los Pobres a la caza de clientela. Acarrea Mejide, serpenteando, una lata de gasolina vacía. Odia Risto a los pájaros. A los árboles. A los niños. A las sucursales bancarias. A las listas de los más vendidos de la FdL cuando el best-seller no es él. Al odio. Mejide es el pirómano oficial en esta hoguera de las vanidades.

El bombero/torero encargado del caso abre el sobre sin remite que hay sobre la mesa de su despacho y lee, anonadado, la nota del interior: “Estos son malos tiempos: los hijos han dejado de obedecer a los padres y todo el mundo escribe libros. Fdo.: Cicerón [106 AC-43 AC]”.