Hoy hace justo un año de las elecciones que convulsionaron España. El recuento de votos en Madrid, Barcelona, Valencia, Cádiz, Pamplona, Zaragoza, La Coruña o Santiago de Compostela -entre otras capitales- dio al traste con las mayorías absolutas habituales y permitió la investidura de alcaldes provenientes de formaciones bisoñas vinculadas a Podemos y el 15-M, o pertenecientes a partidos residuales de izquierda. Más de ocho millones de españoles viven en ciudades y pueblos gobernados por las confluencias de Podemos.

El balance de la gestión desarrollada por Manuela Carmena (Ahora Madrid), Ada Colau (Barcelona En Comú), Joan Ribó (Compromís), José María González Kichi (Por Cádiz Sí Se Puede), Joseba Asiron (EH Bildu), Pedro Santisteve (Zaragoza En Común), Xulio Ferreiro (Marea Atlántica) o Martiño Noriega (Anova) en los "ayuntamientos del cambio" es tan dispar como singulares son sus ciudades.

Sin embargo, todos han coincidido en el empeño del significar que su llegada al poder abría un nuevo tiempo caracterizado por el "empoderamiento del pueblo" y por la reivindicación colorista de valores y símbolos republicanos. Prácticamente todos han incurrido en el nepotismo y han hecho concesiones irresponsables a movimientos okupas disfrazados de activistas, cuando no a minorías de animalistas y ecologistas exaltados. Y todos han comprobado hasta qué punto sus compromisos electorales más importantes, principalmente los referidos a garantizar una renta mínima y vivienda y luz gratis, han tropezado con limitaciones presupuestarias, competenciales y legales.

La lucha del callejero

Los atropellos y arbitrariedades sobre el callejero de Madrid, la eliminación de símbolos monárquicos en Barcelona, la recuperación de una cabalgata del año 37 en Valencia, el desarrollo de huertos ecológicos improductivos en grandes urbes o los guiños al independentismo son algunos ejemplos de las decisiones más polémicas de los gobiernos del cambio. La creación de oficinas de mediación para intentar solucionar el drama de los desahucios, la puesta en marcha de portales de transparencia, o las políticas destinadas a facilitar el acceso de los ciudadanos a las instituciones son algunas de las medidas más populares.

Y la paralización de grandes proyectos de inversión, como Castellana Norte en Madrid, así como su incapacidad para para sanear las cuentas, generar empleo y erradicar los lanzamientos -como prometieron- constituyen motivos evidentes de decepción para su votantes.

Gestos populistas

Más preparados para la producción de gestos populistas que eficaces en la gestión municipal, los resultados de Podemos el 20-D y los sondeos de cara a los comicios de junio indican que la estrategia de las confluencias y la formación de los gobiernos del cambio son activos electorales para el partido de Pablo Iglesias. En este sentido cabe interpretar que Colau, Kichi y Santisteve vayan a cerrar las candidaturas de Unidos Podemos como reclamo.

Muy al contrario, parece que el PSOE tiene ya motivos sobrados para arrepentirse de haber abierto las puertas de las instituciones a las confluencias de la misma formación que ahora podría darle el sorpasso.

Los claroscuros de la gestión desarrollada por los alcaldes del cambio son notorios. Después de un año, no está claro que el cielo prometido, el mismo cielo que quería asaltar Pablo Iglesias, vaya a llegar de su mano.