La decisión del juez, en contra del criterio de la Fiscalía, de permitir la entrada de esteladas en el Vicente Calderón, donde mañana Barça y Sevilla disputarán la final de la Copa del Rey, constituye todo un espaldarazo a la politización del fútbol. También supone un bofetón al Gobierno, que este viernes ha defendido el veto. 

Si con su torpe decreto la delegada del Gobierno en Madrid, Concepción Dancausa, desafió al separatismo, con esta resolución judicial ya no cabe ninguna duda de que medio Calderón será el domingo un manifestódromo separatista.

Sobran razones para defender, como hace la UEFA, la despolitización del deporte, un reto difícilmente alcanzable si no se aplican medidas sancionadoras y coercitivas. En ese sentido, lo absurdo es que Concepción Dancausa optara por anunciar el veto a las esteladas, lo que ha envalentonado al nacionalismo y motivado el recurso, en lugar de limitarse a preservar el espíritu deportivo de la final de la Copa del Rey con los medios legales y policiales a su alcance.
El juez ha estimado que prohibir la entrada de banderas independentistas vulnera la libertad de expresión al impedir la manifestación de una ideología política de forma pacífica. Este fallo se puede recurrir, pero ya no se podrá evitar que el partido de mañana acabe siendo un nuevo acto de exaltación secesionista.

Algún día habrá que plantear actuaciones concretas para impedir que el fútbol, en lugar de ser un noble deporte, sea un pretexto para la confrontación política y la reivindicación separatista. El modo en que muy especialmente el Barça se ha comprometido con la ruptura de España, hasta el punto de promover la politización de buena parte de los aficionados blaugranas, es lamentable. También el cinismo con el que el presidente catalán, Carles Puigdemont, principal responsable de la marginación del castellano y de los símbolos españoles en Cataluña, ha jugado a hacerse el mártir. Seguro que esta decisión de la Justicia tampoco atenúa el victimismo racionalista.