Háblame de ti.

—¿Perdona?

—Dime quién eres, por qué estás aquí, a qué aspiras en la vida.

Lo de la vida está por ver, pero en ese preciso momento yo aspiraba a un metro cuadrado de mesa, conexión a internet y ambiente de oficina, que es a lo que aspiramos todos los freelance que hemos convertido nuestro apartamento en una tienda Workcenter abierta 24/7 los 365 del año. Vaya toda mi admiración para el que consigue ponerse a escribir sobre los sondeos preelectorales con los platos por fregar y un par de capítulos de Generation Kill pendientes, pero yo no soy de esos. Así que la solución estaba clara. Buscar una mesa libre en un espacio de trabajo compartido. Uno de esos en los que poder vivir la fantasía sexual del horario de trabajo fijo, tan siglo XX él.

Busco en Google y me encuentro con un espacio de trabajo dirigido a “profesionales creativos”. Es decir parados con carrerita de letras. Léase periodistas, publicistas, politólogos, diseñadores gráficos y demás zombis laborales de la nueva economía.

Cojo el teléfono y llamo. Que arda Troya.

—Hola.

—Hola. Llamaba para saber si tenéis disponible algún espacio de trabajo.

—Hmmm… ¿puedes venir hoy a las 15:00?

—Podría, sí. Entiendo que eso quiere decir que tenéis un espacio libre.

—Depende.

—¿Depende de qué?

—Necesitamos entrevistarte primero para ver si encajas aquí.

España: el único país del mundo en el que te entrevistan para averiguar si molas lo suficiente como para que se dignen aceptar tu mugriento dinero.

Así que me presento allí a las 15:00 y me interroga uno de esos modernos que parecen haber nacido ya cansados. Tras decirle que soy periodista, me enseña el espacio mientras me explica la filosofía del lugar.

—Nos gusta pensar que este es un espacio de trabajo en el que el trabajo no lo es todo.

—¿Qué quieres decir?

—Que si llegamos una mañana y no tenemos ganas de trabajar, apagamos las luces y proyectamos una película.

—¿Y si hay alguien que quiere trabajar esa mañana?

—Aquí somos una comunidad. No hay malos rollos.

—Ya. Pero si esa persona necesita trabajar y está pagando por un espacio de trabajo… —remarco “necesita”, “pagando” y “trabajo” porque soy un asqueroso neoliberal.

—Aquí escogemos las películas entre todos. Son películas que aportan nuevos puntos de vista, nuevas ideas, que te ayudan a mejorar.

—Ah, entonces vale.

—Aquí nos gusta fomentar las sinergias creativas. De aquí se sale transformado.

—¿En qué?

—Bueno, eso depende de cada cual.

En ese momento se acerca a nosotros uno de los clientes para hablar con mi moderno cansado. Visualicen a Yogui (el macho alfa que cobra) y a Bubu (el macho omega que paga).

—He tenido una idea.

—Ahora no, por favor.

—Es muy buena.

—Perdona un segundo, Cristian —se gira hacia la ameba parloteante que lo acaba de interrumpir—. Dime.

—Esta mañana han traído unos cuantos folletos promocionales. Conciertos, festivales, presentaciones, conferencias, eventos…

—Sí, ¿y?

—He pensado que podríamos ponerlos en la mesa de la entrada.

—Me gusta por dónde vas. Sigue.

—Y entonces la gente podría cogerlos de la mesa y llevárselos. Y cuando los folletos caducaran, los tiramos y los sustituimos por los nuevos.

En este punto pensé que yo era la víctima de un gag de cámara oculta.

—Me gusta tu idea. Compro —juro que dice “compro”—. Encárgate tú.

—¡Por supuesto! ¡Gracias!

—De nada.

Y girándose de nuevo hacía mí, mi moderno cansado remata:

—¿Ves, Cristian? Esto es muy loco. Aquí cada día pasan cosas.

Nos vamos al guano, señores: la generación mejor preparada de la historia acaba de descubrir la locura de cómo funciona un flyer.