Andan algunas mujeres de mi entorno muy excitadas con un nuevo anuncio. El anuncio vende pavo y si parece que lo que vende es una nueva feminidad es porque los creativos han hecho bien su trabajo. Las emocionadas quizás olvidan que el de la publicidad no es un mensaje de liberación sino de seducción y que una de sus estrategias más recurrente es, igual que hacen los titulares de la prensa deportiva, masturbar al consumidor. La diana de este tipo de publicidad amablemente reivindicativa es la pura autocomplacencia, que es lo que el anuncio explota magistralmente. Yo supongo que es una parte del trabajo publicitario: olfatear hasta encontrar el rico maná de la autocomplacencia.

Por favor, no se me confundan con esta columna. Esto que leen es un elogio de la publicidad. Es fascinante que la idea “Eres una mujer estresada por la mirada de los demás, debes intentar que todo te la resbale y pasar de la presión social” sirva para vender un producto bajo en calorías. No me causa más que admiración.

Un ejemplo canónico de explotación de la autocomplacencia es el célebre discurso en Stanford de Steve Jobs. El bueno de Steve Jobs, en un rapto de inconsciente arrogancia, vino a decirnos que cualquiera puede ser Steve Jobs y que debemos liberarnos de las cargas que nos entristecen para perseguir nuestros sueños.  La prueba de que no todo el mundo puede ser Steve Jobs son todos los que se conmueven cuando Steve Jobs suelta esa baratija de: “Tienes que confiar en algo, tu instinto, el destino, la vida, el karma, lo que sea”.

Supongo que es la falta de autoestima la que nos hace vulnerables a la droga de la autocomplacencia. El éxito del 15-M tienen mucho de esto. Una sociedad deprimida y la necesidad de una exculpación, que no de una redención. Hay una máxima inapelable en política y es que nadie ha ganado unas elecciones poniendo a los votantes ante el espejo.

Margaret Thatcher contaba que cuando llegó al gobierno del Reino Unido pudo identificar a una sociedad desanimada, que en aquel momento infravaloraba sus capacidades en la misma medida en la que años atrás las había sobrevalorado. ¿Acaso no es una descripción perfecta de la ciclotimia española de las dos últimas décadas?

Todavía nos arrulla ese mensaje salvífico que cierra en torno a una reducida élite el círculo de la responsabilidad y que se resume en esa seductora tonadilla del “No nos representan”. Fue, aquella, una extraordinaria maniobra de seducción.