Sólo puede quedar uno. La astuta y mortífera maniobra de Pablo Iglesias, con la inestimable asistencia de su nuevo acólito, el otrora líder de IU Alberto Garzón, ha planteado las elecciones del 26-J como algo muy diferente de la cita del 20-D, con altas probabilidades de desembocar en un resultado que nada tenga que ver con el que durante cuatro meses y pico ha mantenido al país enfrentado a un tedioso espectáculo parlamentario.

Por encima de todo, lo que va a tener lugar dentro de un mes y una semana es un duelo sin cuartel por la hegemonía de la izquierda, una refriega a tiro limpio en OK Corral, un combate sin reglas en Bangkok; cada cual puede escoger la metáfora que más le estimule. Sólo uno de los dos cabezas de lista (a estos efectos, los demás puestos de la cremallera son por completo irrelevantes), Sánchez o Iglesias, conseguirá quedar por encima. Y al otro le tocará no sólo quedar debajo, sino tratar de justificar la pérdida de la apuesta en la que puso todo su capital político, con lo difícil que resulta justificar nada ante nadie, y aun lograr que te escuchen, cuando uno acaba de morder el polvo.

No hay muchas dudas de que Podemos, con su jefe de filas a la cabeza, es plenamente consciente de lo mucho que se puede ganar, y también de lo que cabe perder, en función de quien acabe por llevarse el gato al agua en la confrontación electoral. Donde a veces parece que no terminan de darse cuenta de lo que se está ventilando es en el rincón opuesto del ring. Un púgil que ha salido bastante malparado de tantas semanas de intentar cuadrar el círculo aprieta los dientes y trata de anticipar los golpes del rival, mientras con el rabillo del ojo está pendiente de que su entrenador, en lugar de animarlo y ofrecerle apoyo incondicional, no le arree alguna colleja que lo desequilibre.

La cuestión es que si acaba besando la lona, incluso si pierde a los puntos, ello no sólo significará el certificado de defunción del interesado, sino la entrada en la UVI de un proyecto político más que centenario, batido y acosado por quien tiene el indisimulado propósito de demolerlo. De la UVI a veces se sale y a veces no. Bien pudiera suceder, en aciaga simetría, que el partido político que un Pablo Iglesias fundara a finales del XIX, diera en perecer a manos de otro Pablo Iglesias en los albores del XXI.

El dilema de un PSOE convertido en tercera fuerza por detrás de Podemos es realmente espantoso: se trataría de escoger entre ser la sombra de quien sólo está dispuesto a relucir en el centro del firmamento, o poner sus escaños al servicio de una gran coalición que facilitara respiración asistida a ese apático caminante blanco en que se ha convertido Rajoy. En resumen: entre descerrajarse un tiro en la sien izquierda o hacerlo en la sien derecha, en ambos casos con arma de grueso calibre.

Ahora empezamos a ver por quién iba el tic-tac aquel. Más les vale a los socialistas aprovechar bien estas seis semanas.