Si se confirma la denuncia presentada, habrá que llamarle El Estómago, con doble mayúscula. Un tipo capaz de zamparse más 500.000 euros del contribuyente en tan sólo cuatro años. Atiende por Gerardo Camps, fue vicepresidente de la Generalitat valenciana designado por el Partido Popular y eso es, al parecer, lo que le cargó en restaurantes de lujo al sufrido y actualmente arruinado contribuyente al que afirmaba representar.

La historia es terrible, pantagruélica, desaforada, pero nos ayuda a entender algunos acontecimientos recientes, como la incapacidad demostrada por nuestros representantes públicos para cerrar acuerdos de gobierno y, últimamente, para reducir los gastos de una campaña que se adivina inútil y redundante. No han podido (querido) pactar gobierno porque no había fórmulas para asegurar los sillones, inmunidades y prerrogativas que cada cual pretendía. No han podido (querido) pactar una más austera campaña porque no hay manera de encontrar una fórmula que les permita preservar los réditos particulares a que se consideran con derecho (y correlativamente, que consideran que el contribuyente-elector está obligado a satisfacerles) por el hecho de haber obtenido en su día X votos y/o X escaños.

Lo dramático, trágico o bufo del caso es que a esta actitud se han sumado con soltura las fuerzas emergentes, o del cambio, o como demonios quieran llamarse, que ya tienen entre los dientes su trozo de pastel y de mantel y que lo defienden como si no hubiera un mañana, que es justamente lo que parece suceder en este asendereado y afligido país que dicen aspirar a gobernar, transformar y demás verbos en –ar que se les ocurran.

Y el ciudadano se ve ahí, convocado de nuevo a las urnas y a una campaña electoral que “no apetece”, como con su rara sinceridad declaró el que en funciones nos preside y aspira a seguir presidiéndonos, por el solo expediente de que sus rivales, o algunos de ellos, se desesperen y le acaben votando. Cómo no preguntarnos para qué todo, si quienes compiten por el voto sólo muestran ahínco por defender su parcela y su plato del banquete cuyo coste se nos carga en nómina a fin de mes, o en cada barra de pan que compramos o cada litro de gasolina que le ponemos al coche, condenados a satisfacer la ambición, la vanidad y hasta la gula de los que administrarán nuestra elección.

Alguien dirá que ese compulsivo comilón valenciano con cargo al erario es una oveja negra, uno que salió rana, o el símil zoológico que proceda. La pregunta sigue siendo qué hizo su partido para controlar que no se comiera el dinero público. Qué están dispuestos a hacer, los nuevos y los viejos, para convencernos de que lo primero es el país, y no la cuota de la riqueza común que cada uno de ellos hace y considera ya suya.