A finales de los sesenta, cuando los jóvenes pedían consejo revolucionario al filósofo Kojève, este respondía que estudiasen griego. Tan certero dictamen sigue vigente en nuestros días, donde nos encontramos ejemplos que se corresponden con el lenguaje de tiempos antiguos. Entre otras cosas, el nombre de Sosias se debe al personaje de una comedia mitológica creada por Plauto y donde se aborda el tema de la doble identidad como medio para favorecer el apetito venéreo de los dioses. Por ello, denominamos sosias a la persona que guarda parecido físico con otra.

El caso de Soria es ejemplar. Debido a su parecido con Aznar, llega a confundirse con él. Si uno defrauda, otro lo hace el doble. Siguiendo con la comedia de Plauto, el que fuera ministro Soria no es más que un esclavo al que los apetitos monetarios usurpan la identidad. En estos días asistimos a su último baile de máscaras y Pablo Iglesias lo celebra con un tuit.

No es que yo quiera negar la validez, tampoco el optimismo, de la percepción de Iglesias pero sigo teniendo las dudas que fortalecen a todo resentido de clase. Porque pensar lo político no es otra cosa que pensar cómo hacer para que la política se haga innecesaria. Lo que viene sucediendo, desde los tiempos de las comedias griegas, ha sido una historia de antipolítica. Su motor, lo que la mantiene en funciones, ha sido la manera de relacionarse con la mercancía y con el hombre, no haciendo distingos entre lo humano y lo mercantil. A este motor es al que hay que echar freno.

Alexandre Kojève, aristócrata afrancesado y uno de los filósofos de la política de la reconstrucción europea, interpretaría el fin de la historia con el ritmo ternario de Hegel. Ya puestos, podríamos interpretar el fin de la política con el mismo patrón rítmico, trayendo la política desde atrás, remontándonos a los tiempos de la Grecia clásica donde la economía aún no había sido usurpada por el valor de cambio de la crematística.

De esta manera, la historia de las ideas políticas entraría en relación dinámica con la realidad social, pudiendo así ser llevada a su final. Consiste en trabajar el momento dialéctico con lenguaje de tiempos antiguos. De lo contrario, nunca llegará la superación, seguirá habiendo términos que no permitan el fin de la política; sosias de algún patrón, esclavos de discurso subordinado que vienen a engrasar el motor de una historia donde el hombre dejó de ser sujeto.