Esperanza Aguirre no se calla ni debajo del agua ni fuera del PP (o casi). Esa es por lo menos la divisa que campea en la portada de su último libro, titulado precisamente Yo no me callo. Recién lo publica Espasa. Lo he leído con morbo, como me leo siempre lo que escribe esta mujer, en mi opinión una de las bestezuelas, de los animalillos políticos, más interesantes de este país.

El libro tiene su gracejo disidente pero un poquito menos del que yo esperaba. Dispara a dar pero no del todo a matar. Busca tocar más que hundir. Deduzco que Aguirre siente que todavía no lo ha dado todo en política, que cree que segundas y hasta terceras partes pueden ser buenas. Y se reserva, se reserva… Es decir: se calla más de lo prometido. Mantiene sus críticas y puyazos dentro de lo políticamente no diré correcto, pero sí resistible por sus correligionarios para seguirlo siendo. Para no rociarla con bencina y mandarla derechita a la hoguera. Que a alguno y a alguna no le faltan ganas.

Aún así el libro tiene momentos deliciosos. A mí me ha encantado su versión de la escena del ascensor en Génova (después de que Mariano Rajoy rechazara de plano las ofertas de Aguirre y de Alberto Ruiz-Gallardón para ir en listas al Congreso…), cuando nos presenta a un Gallardón llorando a moco tendido ante el disgusto y amenazando (again…) con dejar la política. Y a ella misma, Esperanza, sucumbiendo al instinto maternal “que siempre me ha inspirado Alberto”. ¡Herodes, vuelve! Por no hablar de cuando un Zapatero ya retirado le cuenta todo ilusionado que está escribiendo un libro, él también, y ella toda educada le pregunta si son unas memorias. “No, es un libro sobre cómo salir de la crisis”, larga el expresidente, tan tranquilo. Y Aguirre remacha: “Sin comentarios”.

Pero a riesgo de acabar acariciándome el ombligo, que lo tengo muy sensible y muy hermoso, destacaré que para mí las páginas más apasionantes de este libro son las que Esperanza Aguirre dedica a glosar la “desastrosa” (sic) política de comunicación del PP. Es muy lúcido su análisis de cómo esconderse detrás del plasma y el silencio político-administrativo ha ayudado a los populares a cavar su propia fosa, a convertirles en el nasty party, en el partido más antipático del reino. Y ya se sabe que si caes mal da igual que lo hagas bien. Si encima tampoco rebosas lo que se dice coherencia y lucimiento…

Aunque a continuación Aguirre reflexiona, como de pasada, sobre lo difícil que es tener una buena política comunicativa en un paisaje mediático absolutamente enrarecido por la más asquerosa connivencia y codependencia entre sujetos y objetos de la información. Cuando la crisis destroza el poco margen de maniobra llamémosle independiente que les quedaba a la mayoría de los medios de comunicación. Y al sistema político le falta tiempo para sacar tajada y forzar gratitudes y obediencias debidas donde debería haber independencia ciega y escrutinio feroz.

Afirma Esperanza Aguirre: “En este campo, como en todos, la transparencia total sería la vacuna más efectiva. Si mensualmente las instituciones publicaran, por ejemplo, las cantidades que han pagado a los diferentes medios de comunicación o en concepto de campañas de publicidad, de anuncios o de avisos, los ciudadanos tendríamos un indicio muy útil para, después, calibrar las informaciones que se refieren a esas instituciones”.

Ellos (los políticos) lo saben. Nosotros (los periodistas) lo sabemos. ¿Tú lo sabes?