La forma en la que el PP ha dejado caer a José Manuel Soria, hasta esta semana uno de sus líderes con mayor proyección, revela un cambio en el partido a la hora de enfrentarse a presuntos casos de corrupción. En el caso del político canario, por ahora sólo se ha demostrado que no dijo la verdad a la opinión pública, pero ni se conoce que haya cometido irregularidad alguna ni está siendo investigado por sus negocios familiares en paraísos fiscales.

La salida de Soria era obligada. Pero también era insostenible la situación de Rita Barberá o de Ignacio González, por citar sólo dos casos, y a nadie en el PP se le había forzado hasta ahora a abandonar la vida pública y la militancia en el partido. Es más, ha venido siendo habitual que cada vez que se pedían dimisiones en el PP por la imputación de alguno de sus cargos, Rajoy reclamara cautela y confianza en los tribunales, y recordaba el caso de Soria, investigado en su día por cohecho al haber disfrutado de unas vacaciones de lujo que se presumía habían sido pagadas por un empresario al que habría beneficiado, de lo cual fue exonerado por la Justicia.

Rebelión interna  

¿Qué ha cambiado en el PP para que de la regla de la prudencia de Rajoy hayamos pasado a la de la dimisión fulminante? Básicamente una cosa: el hartazgo de muchos de sus dirigentes, decididos a no dar la cara una sola vez más por aquellos que sean descubiertos en un renuncio o tengan un comportamiento impropio. Para la precipitación de la caída de Soria fue fundamental la determinación de la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, que no estaba dispuesta a justificar al ministro en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros de este viernes.

Asistimos a una rebelión interna que no es -al menos directamente- contra Rajoy, sino contra esa inercia instalada en el partido por la que se venía tratando de cubrir o echar balones fuera ante cada nuevo escándalo. Ese cambio de actitud quedó reflejado ya el mes pasado con las críticas de Javier Maroto y Pablo Casado a Rita Barberá, a contracorriente de las palabras condescendientes del propio Rajoy. Los jóvenes vicesecretarios del PP no se escondieron y calificaron de "insuficientes" las explicaciones de la senadora y exalcaldesa.

Autogestión

La negativa de los nuevos valores del PP a hipotecar su futuro por culpa de los chanchullos de otros, puede acabar obrando el milagro de que haya asunción de reponsabilidades políticas en el PP sin tener que esperar a la apertura de juicio. Más vale tarde que nunca. "Hasta aquí hemos llegado. Caiga quien caiga", dijo hace ya dos meses Maroto, cansado del chaparrón continuo de escándalos en su partido.

José Manuel Soria, cuyas funciones en el Gobierno asume ahora el ministro de Economía, Luis de Guindos, se ha tenido que marchar a su casa por mentir. Y es perfecto que así sea. Si ése hubiera sido el criterio aplicado, Rajoy no estaría hoy al frente del PP. Mintió de forma flagrante cuando aseguró que desconocía que Bárcenas tuviera una fortuna en el extranjero en el momento de enviarle los SMS de apoyo y mintió cuando afirmó que su formación no se había financiado con dinero negro.

La historia de nunca acabar en que se ha convertido la corrupción en España ha generado un enfado en la sociedad que parece haber calado por fin entre los responsables del PP. Lo curioso es que la dirección no ha dado instrucciones para actuar en un sentido u otro, como suele ocurrir con Rajoy: el desenlace del caso Soria ha sido más producto de la autogestión, fruto de un sálvese quien pueda que ha acabado dejando solo al ministro. Habrá que ver, por tanto, cuál es la reacción cuando surjan nuevos escándalos con nombres y apellidos.