Hago y deshago la maleta con la agilidad de mi perra cuando sale a mear. Huele, elige árbol y chimpún. Antes, cuando salía de viaje, me hacía una lista, metía la ropa que quería llevar y luego varios porsiacasos. Y resultaba que estos últimos -los famosos porsiacasos- ocupaban más que el resto de necesidades.

Viajar ligero de equipaje es mucho mejor.

Podría haber construido la frase anterior de manera subordinada y con algo de Coelho para que hagan camisetas y libros de citas, pero es así de simple: viajar ligero es mejor. Ando rodando un programa para TVE a lo Paul Bowles y me he empadronado en mi maleta, se ha convertido en mi compañera de nuevo. Digo “de nuevo”, porque cuando salgo de gira con las novelas, ella, mi maleta, es mi compañera fiel. Tanto que creo que acabo entablando conversaciones. Yo creo que me conoce y me habla en los aeropuertos. No hago una “oda a la maleta” porque no tengo todavía esa entidad que tienen los grandes escritores que amontonan frases grandilocuentes sobre la nada, ni -sobre todo- arrojo para empezarla. Me gusta contar historias, sin más. Lo otro es una habitación barroca.

En fin, hablaba de mi capacidad de eliminar trastos. Tal y como han pasado los años, los kilómetros y los viajes, vas reduciendo equipaje, echas menos prendas, cargas menos trastos y resumes tu vida como acortas el currículum. Al principio pones hasta las prácticas en la hoja parroquial de tu pueblo, con los años queda una simple frase. Con la maleta, igual. Y con las circunstancias, también.

La importancia que le damos a algunos asuntos de la vida es tan excesiva que se convierte en los porsiacasos de las maletas de viaje. La adolescencia se pasa y también caduca el peso que se le da a las mochilas vitales. Me gusta viajar sin peso. He ido quitando kilos como cuando haces limpieza de Facebook. Qué prosaico. Acabas contando a los amigos con los dedos de una mano y el resto son porsiacasos. Sin acritud. Por si acaso sales de fiesta, por si acaso tal y por si acaso cual. Los amigos, los de verdad, viajan en tu móvil y en tu maleta, en la real. Esos son los que se alegran de tus satisfacciones y sufren con tus problemas. Son más que los dedos de una mano -pero como es una expresión que se usa, pues la uso- y estoy orgulloso de ellos.

Ahora, mientras deshago una maleta y preparo la siguiente recibo varios mensajes que me desean buen viaje. Son en esos remitentes en los que pienso cuando me toca apagar el móvil ante el aviso del piloto. Son en esos en los que pienso cuando regreso y son a esos a los que envío fotos desde el destino de película. La maleta es la piel, la que escuece, la que vuelve desgastada, la que suma kilómetros, la que viaja siempre contigo. Conmigo.