A Amélie Nothomb, la excéntrica escritora belga, le cuesta beber con moderación: solo lo hace cuando la obligan a ello. En realidad, lo que no le gusta de beber con moderación es el propio comedimiento. “¿Cómo se ama con moderación? ¿Cómo se escribe con moderación?” se preguntaba recientemente en una entrevista.

Amar moderadamente es como vivir a medias; como extraer lo más inestable y atractivo de la existencia y pulirlo para quedarse solo con lo del centro, lo previsible, lo seguro. Sin riesgos ni, por supuesto, equivocaciones.

Para Aristóteles, el hombre que se mantiene en el justo medio es sobrio y moderado. Pero, ¿está ahí la virtud? ¿Es la moderación un sinónimo de la felicidad? ¿O, al menos, es un camino eficaz para hallarla? Tal vez sea así para algunos. No para George Bernard Shaw, quien sostenía que el ejercicio de la moderación nunca había producido grandes cosas.

Las locuras provocan deslices, algunos de ellos excesivos y en ocasiones irreversibles, pero también generan avances que nunca traería la conducta reprimida de la que nada sorprendentemente, conociendo su silueta y biografía emocionales, reniega Nothomb. Ella no solo no bebe, tampoco ama ni escribe con reservas. Por eso publica con enorme éxito y una trascendencia portentosa una novela al año –aunque escribe tres- desde 1992.

Seguidora de Yukio Mishima, quien tampoco conocía la moderación –se hizo el seppuku, el ritual suicida de los samuráis, a los 45 años-, la autora de Biografía del Hambre prefiere el exceso a la contención, y se muestra en disposición de aceptar los costes. Eso le ha permitido obtener un material extraordinario para dibujar las estrías de sus personajes, aunque al mismo tiempo su vida personal no haya resultado del todo sencilla.

Desde luego, hay quien prefiere el sosiego, e irse a la tumba cuando hayan apagado las luces sin tragedias ni grandes victorias. Pero, ¿es deseable una vida sin errores, sin más fallos que los ajenos y sin más ímpetu que el de los demás? Desde luego, este mundo bajo esas coordenadas sería un lugar convincente para los temerosos; incluso para quienes, no siéndolo especialmente, hayan tenido la mala fortuna de descubrirse en medio de derrotas excesivas. Pero, ¿no debería ser el recreo el fundamento de la existencia?

Nothomb, que ahora rastrea las relaciones de amistad, acudirá a la llamada de los dioses, cuando apaguen sus luces, como haremos todos los demás. Pero, probablemente, ella no tendrá nada que lamentar. Ni siquiera moderadamente.