Heredó de su padre el arte para reunir a la chiquillería alrededor. El viejo contaba lo que le pasó en el campo de concentración de Bilbao, lo de cuando quisieron quitarle el cortijo al Tío Atravesao, lo de que no cumplió las cartillas de racionamiento en la panadería de Lubrín; los nietos boquiabiertos a su alrededor imaginaban lo que en el colegio no contaban. Ella se rindió a los temarios académicos enseñando a leer, escribir y soñar a generaciones enteras en el pueblo en el que recaló desposamiento mediante. Profesora en un colegio de curas de pueblo, se dejó las pestañas en la salita de su casa corrigiendo exámenes e imaginando retos educativos que llevaran a los niños a pensar y no a memorizar. Preocupándose por los que no llegaban pero podían; empeñándose en los que no podían pero llegaban.

Los niños se asomaban a las ventanas para verla llegar al colegio. Treinta años después a una de sus hijas, un exalumno la paró por la calle para que le diera las gracias a la profesora de su infancia. Era ingeniero, tenía tres hijos y lamentaba que ninguno hubiera sido alumno de aquella profesora con la que aprendió cálculo mental y que inmortalizó de paso todas las acepciones de su excitación de adolescente, jerseys de cuello cisne incluidos.

Las arrugas minúsculas que rodean sus labios no evitan que siga usando el mismo tono rojo de antaño para perfilárselos. Cada noche frente al espejo siente que se borra del mapa arrastrando sus facciones con el algodón y la leche desmaquilladora. No le tiene miedo a la muerte, aunque maldita la gracia ser vieja. Sea cuando sea que sea rápido, sin aspavientos y sin monsergas.

Y entonces se le ocurrió.

Se perderían el luto elegante, sencillo y emotivo que toda hija desea cuando se muere su madre. A cambio se ahorrarían los 4.000 euros de rigor que implica un enterramiento decente. Callandito y con buena letra, rellena el formulario con la misma caligrafía que durante décadas lució en la pizarra y estampa su firma. La profesora dona su cuerpo a la ciencia: estudiantes abriendo su cuerpo en las clases de anatomía, metiéndola en formol para aprovecharla el máximo posible, haciéndose fotos de esas macabras con el móvil si hace falta.

Qué más da si ya estará muerta.

Hasta el borrador de la declaración de la renta se ha dejado firmado por si la sorprendiera de repente; nadie podrá decir que no cumpliera con todas sus obligaciones.

Con todas.