Los salientes grises y dorados de las paredes del antiguo cine Carlos III de Madrid se iluminan este jueves de color turquesa.

El cine de 1952 es hoy un centro gourmet de pinchos muy elaborados y frutas exóticas que se llama Platea y el lugar donde Twitter celebra sus diez años. En el escenario se proyectan tuits populares y un vídeo divertido producido por Toni Garrido. Los invitados se hacen fotos con un pájaro azul, un corazón y una almohadilla de cartón. Se escuchan frases como “este vídeo se hace viral” y “con el framing adecuado esto funcionará”.

En un corrillo que se va moviendo por la sala están Andrea Levy, Pablo Casado, Javier Maroto e Iñaki Oyarzábal, del PP. A ratos se cruzan con Begoña Villacís y Fernando de Páramo, de Ciudadanos, con quienes conversan y bromean. Son jóvenes, energéticos y se parecen más al grueso de la sociedad española, centrista y transversal, y sobre todo a la generación que por edad asume la dirección del país. A primera vista, Pablo Casado o Andrea Levy tienen más en común con el nuevo jefe de Telefónica, el tuitero José María Álvarez-Pallete, que Mariano Rajoy.

La nueva generación del PP está ahí y hace pensar que es posible un partido que deje atrás la corrupción, los chanchullos y la lealtad como única forma de ascenso. Que deje atrás esas viejas formas y el aire apolillado que tienen menos que ver con este local de moda y más con el antiguo cine donde se proyectaba Quo Vadis. Pero los guardianes del pasado, a menudo oscuro, no aguantan el que puede ser el único futuro del partido, según contaba este viernes El Mundo.

La cuestión es si el tapón permanecerá hasta que sea demasiado tarde. Algunos ya no son tan jóvenes como creen los más mayores, que a menudo tuvieron más responsabilidad como veinteañeros de la que ahora niegan a los posibles sucesores. Maroto tiene 44 años, Oyarzábal, 49, Casado, 35 y Levy, 31. Las oportunidades tienen pegadas un reloj de cuenta atrás. Si no se aprovechan, quien pierde suele ser el proyecto.