Con la política ocurre como con la cocina: hay que maridar bien los productos para que el resultado sea sabroso o, al menos, digestible. El plato que ahora propone Pablo Iglesias en plan arrebato de chef estrella, mezclando al PSOE con Podemos y lo que ha venido denominando "marca blanca del PP" -léase Ciudadanos-, tiene pinta de indigesto.  

No me tengo por dogmático, tampoco ante los manteles, pero una cosa es ser heterodoxo y otra dinamitar el recetario tradicional. Tras su entrevista con Pedro Sánchez, Iglesias ha insistido una y otra vez en resolver la actual situación de ingobernabilidad con un acuerdo "a la valenciana".

Pues bien, por mi condición de valenciano quizás pueda hacerle un par de apuntes gastronómicos. El primero, que la Generalitat está gobernada a pachas por el PSOE y Compromís, precisamente porque Podemos prefirió no mancharse los dedos y limita su papel a avivar la lumbre desde fuera. Por eso, la fórmula que sugiere para España poco tiene que ver con la valenciana.

El segundo atañe a los ingredientes. Todo valenciano sabe que la paella o es de carne o es de marisco, así como que la mezcla de una y otro con el arroz supone un pecado culinario. Cierto es que hay locales en los que se sirve lo que se ha dado en llamar "paella mixta", y tengo entendido incluso que se sirve con éxito en algunos merenderos, en las Ramblas y en terrazas de la Gran Vía capitalina. Una turistada.

No haré como Joan Tardà en el pasado pleno de investidura, que cuando escuchó a Albert Rivera hablar en vernáculo se revolvió en su escaño como la niña de El exorcista y profirió un grito de "¡visca Catalunya lliure!", incapaz de soportar que un no nacionalista pudiera expresarse en su lengua. Pero sí le diré a Iglesias que lo que él desearía guisar es arroz con cosas, un revoltijo, un batiburrillo de alimentos; nunca una paella.

Al plantear que Ciudadanos haga de palafrenero de la izquierda, Podemos sabe que aspira a la cuadratura de la paella, tan redonda ella. No hay quien se trague eso, Iglesias.