La cuna de Tintín y Jean-Claude Van Dam "intenta volver a la normalidad" enviando sus cazas a bombardear de nuevo las guaridas del Estado Islámico en la derruida Irak, quizá también en Siria. La dulce Bélgica ha despertado trágicamente tras una larga historia de abusos vesánicos y provechosas neutralidades. Leopoldo II esclavizó el Congo y Leopoldo III no opuso resistencia a los nazis, más bien al contrario, pero ambos episodios no tan lejanos no impidieron a este amable país convertirse en centro el administrativo y la chocolatería de Europa. 

Ahora Bélgica cambia las baguettes por los F16, apremiada por el horror y la vergüenza de haber consentido la penetración del yihadismo en las barriadas de la inmigración, de haber despreciado los requerimientos de sus aliados, y de haber excusado su negligencia con lecciones de armonía y multiculturalismo que poco o nada venían al caso.

Bélgica ha acogido durante décadas a mesnadas de inmigrantes, de políticos paniaguados y de funcionarios de toda Europa, como también a los hombres de negro de la Troika y a los mandos de la OTAN. Se sentía pues multirracial, políglota, pacífica y segura; y olvidó limpiar la propia casa.   

Todos deberíamos mirarnos ahora en el dolor Bélgica, incluso España pese a nuestro largo máster en terrorismos propios y ajenos, para terminar al menos con algunos rudos automatismos.

Cada vez que el grupo Estado Islámico ataca Occidente se publican porcentajes del sufrimiento infligido a los países árabes; se advierte de la islamofobia; se pontifica sobre la necesidad de "no hablar de guerra para no legitmar al Daesh"; se aventura con la inadaptación en los banlieu; o se agitan maldiciones bíblicas de barros y lodos con la foto de las Azores.

Esa orografía de lugares comunes es sintomática de profundos prejuicios ¿Por qué si no recordar la evidencia de que la internacional yihadista masacra lo mismo Siria y Irak que Europa? ¿Se puede sostener que hay un odio racial o religioso preocupante en este país sacudido por las bombas de los trenes? ¿Pero alguien cree de verdad que al enemigo terrorista le importan las disquisiciones semánticas de conspicuos tertulianos que un día fueron turistas de guerra? Uno se pregunta -por ejemplo- dónde demonios miraba el monstruo denunciado por Snowden cuando los asesinos ultimaban la carnicería de Bruselas y no entiende algunos debates.

Ahora sabemos que mientras algunos se entretienen con las proclamas de nuestros padres sobre "quién vigilará al vigilante" y toda esa resaca de comuna, los malos hacen acopio en las ferreterías para llenar de muerte las maletas de su último viaje.

También deberíamos saber que los planteamientos fútiles acaban procurando con creces ese mal cuerpo que ahora lleva al gobierno belga a ordenar el despegue de sus escuadrones.