Si hace quince meses Barack Obama y Raúl Castro coordinaban sus agendas para anunciar al mundo que EEUU y Cuba retomaban relaciones diplomáticas tras medio siglo de enemistad, la recepción este lunes del presidente estadounidense en el Palacio de la Revolución ha servido para escenificar la voluntad de ambos mandatarios de que este proceso de acercamiento no tenga vuelta atrás. 

La entrada del presidente estadounidense con honores militares en el salón de estar del castrismo y su comparecencia pública junto a Raúl Castro no dejan lugar a dudas de que persiste una voluntad constructiva por parte de ambos. Otra cosa es que esta coreografía del deshielo sea suficiente estímulo para que dos dirigentes en retirada sean capaces de poner toda la carne en el asador y comprometer a sus sucesores, en Washington y La Habana, de que ha llegado el momento de engrasar de verdad las relaciones de ambas naciones.

Nuevos acuerdos

Obama y Castro celebraron el camino recorrido, admitieron las ventajas de estrechar relaciones económicas y anunciaron nuevos acuerdos de cooperación económica, sanitaria, agrícola, formativa, en comunicaciones y en seguridad naval. Sin embargo, los dos países chocan frontalmente en materia de derechos humanos, como se pudo comprobar en el turno de preguntas de la rueda de prensa.

Castro pidió el final del "bloqueo" y Obama tiene claro que EEUU debe levantar su embargo al comercio con Cuba, así como facilitar la entrada del país antillano en organismos internacionales como el FMI, el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo. Es evidente pues que el presidente de EEUU quiere dar carpetazo al último capítulo de la Guerra fría, pero no cuenta con el respaldo de la mayoría republicana del Congreso y la proximidad de las elecciones presidenciales tampoco es el mejor escenario para llevar a cabo movimientos audaces de aproximación hacia un enemigo histórico.

Los deberes de Cuba

En esta tesitura, Cuba debería hacer sus deberes, en lugar de mantener que su compromiso con derechos fundamentales como la asistencia sanitaria o educativa le eximen de otros igualmente importantes como son la libertad de expresión y de voto. Enrocarse en la soberanía del pueblo cubano para no admitir crítica alguna -como ha vuelto a esgrimir Raúl Castro- y negar la existencia de presos políticos es poner palos en las ruedas de la normalización de relaciones entre ambos países; también entre Cuba y el resto de la comunidad internacional.

En el último año y medio Cuba ha propiciado el trabajo por cuenta ajena y ha permitido cierta liberalización del consumo y de la inversión extranjera. Pero estas "actualizaciones del socialismo" -como llaman en la isla al tímido aperturismo- no han ido acompañadas de mayores cotas de libertad para los cubanos. Obama ha sugerido que mantener el puente del diálogo entre ambos países acabará ablandando al régimen. En este sentido habrá que esperar a ver cómo se desarrolla el congreso del partido comunista del mes próximo. El riesgo es que las mejoras económicas derivadas de un mayor intercambio comercial sean utilizadas por el castrismo para intentar legitimar la continuidad de un régimen dcitatorial es aún demasiado alto.