Cambia de canal cada vez que las noticias te obliguen a enterarte de los detalles. No te interesa ponerles cara, no soportas la visión del sufrimiento. Convertimos a Aylan en icono para no ver la cara de ningún niño más de los que se ahogan cada día: dos para ser exactos.

Escondámonos, no queda otra. Escondámonos o escondámoslos; cualquiera de las dos conjugaciones nos vale. Qué vamos a hacer con esas familias que escapan de Siria, Afganistán, Irak, Eritrea, Somalia y Nigeria. Cuestionémonos primero si son o no son refugiados que lo mismo solo escapan del hambre, la destrucción y la miseria.

Hablemos de ellos en cifras; comparemos con lo que tenemos aquí: solo en España más de 10.000 personas en riesgo de explotación laboral. Esos de la guerra no pueden estar dispersos por Europa buscándose la vida mezclándose con todos nosotros buscándonosla también. Lo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos nos quedó fetén para fingir que nunca más seríamos tan miserables como para dejar morir de hambre y frío a los perseguidos. Podemos incluso cerrar las fronteras para que no tengan escapatoria y mueran por sí mismos.

Casi 4 millones de niños no conocen otra cosa que no sea la guerra o el éxodo. Duermen hacinados sobre el barro y bajo la lluvia en el Norte de Grecia, se esconden bajo las piernas de sus padres cuando los gaseamos en Hungría o Macedonia. Una abuela cretense manda decenas de gorros de lana tejidos por ella misma a los campamentos y hasta el más pobretón lleva a la plaza Syntagma ropa o calzado, galletas o pañales, leche en polvo o arroz. Lo que sea. Como sea. A los griegos no les queda otra que encontrárselos cada vez que salen a la calle o dirigen la vista hacia su propio Norte. Idomenei es el germen del inmenso campo de refugiados en el que se convierte Grecia.

Confiemos que aquellos a los que votamos encuentren dónde esconderlos aunque sea en Turquía. Pagaremos 6.000 millones por que reciban este caos del que no nos hacemos responsables e insinuaremos prebendas con forma de pasaporte a unos guardianes que no sabemos si no los devolverán de vuelta a las guerras de las que escaparon.

Nunca hagas una pregunta cuya respuesta no estés dispuesto a escuchar. Sigamos creyéndonos el sueño europeo. Ese que compramos sin exigir siquiera que fuera cierto.