Qué pérdida de tiempo; cuánto esfuerzo estéril; qué gran deterioro; cuánto desgaste. La ciudadanía cumplió con sus obligaciones democráticas, que son también sus derechos, y votó el 20 de diciembre pasado. Setenta y cinco días después, los elegidos en las urnas, más allá de crisparse entre sí y a veces pactar improductivamente, no han hecho nada. O, desde luego, no lo suficiente para que, como territorio sensato y avanzado que somos, nos sometamos feliz o quizá infelizmente al Gobierno elegido.

Va quedando menos; menos, se supone, para la nueva cita electoral, justo antes del verano. Si es el caso, habremos sufrido medio año extenuante de campaña electoral; seis meses insólitos, extraños, en un país interrumpido.

Pablo Iglesias podría impedirlo. Al líder de la formación morada le bastaría con abstenerse, como le pide a medias la alcaldesa de Madrid, y hacer así presidente a Pedro Sánchez. Pero reitera que no lo hará: su mesianismo, y algunos argumentos de controlado peso, le impulsan mucho más allá.

Mariano Rajoy podría también acabar con este espectáculo tan calamitoso con su abstención, invitando así a la Moncloa al candidato socialista; y sería, como le gusta a Sánchez, “la semana que viene”. Pero quien está en funciones, seguramente aún con la agenda vacía, asegura que tampoco lo hará. Su vanidad, y algunas tesis de cierta envergadura, le animan a ir, también, mucho más allá.

Pronto, el secretario general socialista habrá fracasado, aunque se trate de un fracaso menos voluminoso si se le otorga al menos cierto crédito por su férrea voluntad. También Albert Rivera, a quien sin embargo habría que reconocerle el carácter y la valentía: la empresa era casi imposible, y hubiera sido fácil que este gran fiasco perteneciera solo a los socialistas; sin embargo, apostó por intentar el desbloqueo porque, como bien dice, la gente no quiere más problemas, sino más soluciones.

Ha habido notable ingenuidad por parte de Sánchez. Ha habido brío tal vez inexperto por parte de La Naranja Mecánica -¿conocerá Iglesias la excelente novela de Burgess, o la maravillosa adaptación de Kubrik, o, tal vez, recordará la formidable selección holandesa de Cruyff?-.  Si, en su ardor parlamentario, Pablo pretendió una ofensa, resulta fallida.

Queda menos, sí, para el 26 de junio. Pero se palpa la arrogancia, también la obstinación, de quienes deambulan por los extremos; se contempla, al mismo tiempo, la esforzada armonía -tal vez falsa, pero aun así armonía-, de quienes velan por el centro.

Los derrotados -aunque en el fondo lo seamos todos, si se mantiene la incertidumbre-, de algún modo, también han dado una ejemplarizante lección en este país detenido.