Me da miedo escribir esta columna porque mientras junto palabras estoy seguro de que ya hay una nueva negociación en marcha, un nuevo imputado en el horno y algún político pidiendo ser fallera mayor. Hace cuatro días hablábamos de hipotecas, de desahucios, de gente que hacía cola en sanidad, de mareas verdes, de emergencia social y de estudiantes con problemas para conseguir becas. ¿Acaso caducó todo eso?
Pongo cara de Jim Carrey mientras tecleo la pregunta anterior.

A veces parece que ponemos fecha de caducidad de las noticias por aburrimiento, no porque expiren. La actualidad es como esa flor de pascua que tira las hojas rojas en enero y pide irse a la basura. Acabó su tiempo. ¿Quién espera a la siguiente Navidad con los palos secos en casa? ¿Quién quiere una noticia vieja? ¿Quién tiene paciencia ante el consumo de titulares? La realidad sigue siendo la misma, pero actuamos diferente.

Los políticos sobreactúan sus decepciones y hablan de consenso y de diálogo cuando en realidad mastican chicle. Los mentideros sacan de la hemeroteca juramentos viejos y los enarbolan como banderas de la dignidad cuando la pedestre realidad es que en política y en el amor hay que llevarse la contraria para sobrevivir.

¿Te dije que te odiaría siempre? ¿El tequiero cuándo caduca? En el pacto de una cama (metáfora prosaica) todos sabemos que hay que ceder para convivir. No existen las parejas perfectas en el hemiciclo de las sábanas. Pues bien, a lo que voy. En este periodo de inestabilidad política muchos se están comportando como una vieja cotilla de rellano que toca el timbre y dice: “te recuerdo que dijiste que no la ibas a querer. Te recuerdo que el otro día os oí discutir. No me gusta que salga a deshoras. Lo veo con otras”. Y cierra la puerta.

Los vecindones del comentario andan queriendo que haya reunión de vecinos en mayo, que haya jaleo, que se tiren los trastos y que no se pinte la escalera. Los desconchones de ayer siguen hoy, pero nos importan menos. El ascensor se sigue parando en el sexto. La puerta de la azotea no cierra bien. La luz de la entrada parpadea. El cubo de la basura está pidiendo cambio. Y con todo eso sigue la vecina, erre que erre, interesándose más porque algunos inquilinos dijeron Digo en lugar de Diego en otro momento. Así no vamos bien. Pero esta es la España heredera de Fernando VII y no de Pepe Botella. “Qué parte de lo que supone consensuar no han entendido algunos colegas, empeñados en hurgar y buscar sangre en las discrepancias obvias?”, se preguntaba Julia Otero en Twitter. “A los periodistas también nos hace falta otra transición”, le dije. Estamos de acuerdo. Pero no todos. Hay mucho vecino chillón.

No podemos ser como los ancianos que enjuician el hoy con el criterio del ayer. Qué sabio era Epicteto de Frigia, la frase es suya. Yo, por acabar la columna, puedo ser más burdo y recordar aquello de “ayer putas, hoy comadres”. Eso es la política. Hablar. Apostar. Gestionar.

Mi flor de pascua me ha prometido llegar hasta la próxima Navidad si la riego un poquito y le doy tiempo. He dicho que sí.