Los Lannister y los Stark se odian. Efusivamente. Temporada tras temporada. Por los siglos de los siglos. Pasmándose, incluso, ante su propia ferocidad. Se conmueven, regocijan o entristecen, como si no fuesen obsesos, vengativos y fantasmagóricos. Quizá por eso combaten día y noche, laborables y festivos, dentro de los televisores: para hacerse un hueco en el Trono de Hierro donde calentar sus gélidas posaderas. O porque nadie quiere tiempos de paz y abundancia. O porque ningún sastre en los Siete Reinos coge ya los bajos del pantalón.

Da igual. El caso es que los Lannister y los Stark se detestan. Sañudamente. Motivo por el cual George R. R. Martin sigue sin saber qué hacer con ellos. Hacia dónde dirigir sus vetustas ojerizas. Será porque el escritor no frecuenta las secciones de sucesos de las webs de los periódicos españoles. ¡Porque, George, amiguete, te lo estamos poniendo a huevo!

Los miembros del clan de Los Marcos y los familiares más cercanos de El Mone también se odian. Salvajemente. Con rencor antiguo. Semestre tras semestre. Entre reyerta barriocallejera y refriega vecinal. Hasta el punto de que la localidad valenciana de Torrent sea tomada, cada cierto tiempo, por medio centenar de antidisturbios mientras se realizan los consabidos registros domiciliarios.

Sin embargo, la trifulca del pasado domingo tuvo algo en especial: un pedo. Una simple flatulencia fue el origen del altercado entre sendos clanes rivales que acabó a tiros y se saldó con cuatro heridos, dos de ellos de bala, y tres arrestos. La refriega comenzó cuando a un joven se le escapó la flatulencia que dio pie a una discusión.

Winter is coming. Se acerca el invierno de este febrero ventoso y en este cuento de unhappy end, basado en un hecho totalmente surreal, también vuelan dragones que escupen su fuego desde insospechados y rugientes recovecos. Aquí, en este Juego de Truenos, los protagonistas actúan como héroes que luchan por no decir lo que piensan. Por desgracia, nadie en Invernalia está en modo elocuente. Dialogamos a través del bajo vientre.

Es como si ese pedo, profusamente desgobernado, nos hablara a nosotros mismos. O hablara de nosotros mismos. Nos definiese. Ese gas representa una confesión. Es la vida. Se trata, a la vez, de un sueño y de la realidad. Todo cohabita con la misma inmediatez con que salió expelido. Tragicomedia en un único acto. Del esperpento como fatídico hashtag.

Acabaremos todos así. A tiro limpio.

Por algo dicen las estrellas que los fugaces somos nosotros.