“The economy, stupid!”, o sea, “¡La economía, estúpido!” No se hartó ese saxofonista picaflor apellidado Clinton de escupir esta frase, durante la campaña electoral del 92, ante un Bush (padre) que presenciaba cómo le birlaban la presidencia de EE.UU. Una consigna tan apabullante y eficaz como su irónico soniquete. Convenientemente tuneada, viene al caso otra vez. Y lo hace a la perfección. Es una opción de lo más socorrida.

Leo decir en una entrevista, hecha desde las entrañas de esta misma web, que “lo que ha fallado en nuestra democracia es la educación. Se ha caído en el aldeanismo”. A eso se le llama: dar en la diana. Carmen Iglesias, directora de la Real Academia de la Historia, demuestra no tener pelos en la lengua. Esgrime, con apabullante firmeza, el martillo de mochetas que arranca clavos a la sinrazón.

Y me acordé de ella justo cuando me tocó pasar de su teoría a la cruda realidad, tras ser avasallado por una horda de maleducados.

La cosa empezó mal desde el principio. En ese aparatoso y solemne portón de acceso inferior a la Biblioteca Nacional. Cedí el paso a una mujer de unos 35 años y, nada más hacerlo, tuve la sensación de haberme equivocado. Fue al notar una ferocidad imprevista en su mirada. Musité, al entrar detrás de ella, un cumplido “De nada”. A lo que me respondió con un “¡No tengo por qué agradecértelo!” que, sumado a un feroz resoplido, me dejó clavado en el sitio. Igual que a Nube Roja asistiendo a la estampida del último ejemplar de bisonte americano.

Lo peor llegó después. Una vez dentro de la expo, ‘En palabras de Jaime Gil de Biedma’, que había ido a visitar. Al coincidir con una treintena de chavales, y sus respectivos monitores, que departían a voz en grito. Botelloneaba aquella muchachada, sin pudor ni respeto, sobre el silencio del resto de visitantes. Y el caso es que a todo el mundo parecía darle igual. De modo que allí los dejé. Inmersos en su ruido. Me marché, ascopenando por la inmensa falta de respeto hacia la voz grabada de un Gil de Biedma que peroraba, incansable, desde los micros de la instalación sonora montada en su recuerdo. Salí escopetado de allí. Sin mirar atrás. Cruzando los dedos para no volver a toparme, en la puerta, con ‘Miss Búfalo’. Nunca pensé que tratar de asomarse a la memoria de nuestro más destacado poeta de la experiencia, acabaría por ser algo tan desagradable como revelador.

¡España, sigues siendo un viejo país ineficiente!

¡Y maleducado!