A los policías que protegen la sede del PP de malhechores y conductores suicidas ya no les sorprende que sus compañeros de la brigada judicial les pidan una inversión en la vigilancia, para en vez de prohibir la entrada a extraños no autorizados, impedir la salida de conocidos no custodiados. Y es grave.

Las anécdotas de la Policía en estos trances deben de ser de aúpa. ¿Cómo violar la privacidad del “jefe" para incautarle un ordenador sin pedir antes disculpas siquiera entre susurros? ¿Cómo llamar a su puerta cuando uno va a detenerlo a casa? ¿Cómo saludarlo marcialmente si una chaqueta le tapa las muñecas? Vamos, que las situaciones grotescas que viven los agentes, en estos tiempos en los que el partido del Gobierno parece instalado en un permanente estado de excepción, no se solucionan con dos chistes tras dejar el hierro en el armero.

Parece que, al contrario de lo que pensaban los muchachos del 15-M, en este país la revolución no vendrá de abajo porque es arriba donde están los verdaderos subversivos. Aun a riesgo de parecer “ruiz y miserable”, uno ya no sabe si llamar “indecente” a Rajoy, como a buen seguro ha vuelto a hacer Sánchez de pensamiento después de que aquél le negara la mano, o agradecerle el empecinamiento con el que defiende el monopolio de la decepción.

Rajoy cree que el votante tiene memoria de pez y quiere elecciones sin Pedro Sánchez delante -mejor Corcuera el de la patada en la puerta- para intentar así un remedo de "gran coalición”, pervertida de origen, que le permita salir a flote como los corchos de la sentina en la que él mismo ha varado a su partido. No quiere entender que si algún sentido tiene un pacto de mayorías es el de favorecer la estabilidad necesaria para emprender una regeneración política tan inaplazable como incompatible con su liderazgo.

Por acción u omisión, Rajoy es responsable de que la crónica política en España se escriba en la sección de tribunales. Y es culpable de abocar al PP a la más infecunda de las frustraciones: porque la corrupción ha campado por sus respetos con él al frente y por la falta de coraje de los cuadros medios, que no le han exigido la retirada pese a haber declinado su turno de investidura, y pese a haber blindado el aforamiento de Rita Barberá -para cabreo de la Fiscalía- después de asegurar que ya no pasaba ni una.

Debe de ser extraño ser policía en Génova 13, en cada planta un delito, y no saber si hay que vigilar hacia fuera o hacia dentro de la sede. Tanto como ser votante del PP y desconocer ni cuándo ni cómo empezar a añorar a Rajoy.