Faltan cinco días para la entrega de los Premios Goya. La Academia lleva años intentando que la fiesta sea el mejor escaparate del cine español. Se ha hecho lo imposible por despolitizar la gala, y al mismo tiempo convertirla en un buen producto televisivo combinando espectáculo y glamour: lejos quedan aquellos tiempos en que vaqueros y jerséis de lana tomaban la alfombra roja.

El sábado que viene habrá mucho esmoquin, muchas joyas y más de un vestido de alta costura compitiendo con el trabajo de los diseñadores españoles. Lo más importante se está consiguiendo: la añada 2015 del cine patrio es más que ilusionante, el momento creativo de nuestros cineastas puede calificarse de espléndido y el público empieza a llenar las salas sin pensar en etiquetas ni prejuicios. Sólo hay que lamentar que esta bonanza no coincida con las mejores relaciones entre el cine y la Administración, que no ha puesto las cosas demasiado fáciles. Esperemos que el próximo Ejecutivo tenga una actitud algo más generosa: la mala llevanza entre un sector y aquellos que lo representan oficialmente no tiene sentido. El cine mueve dinero, genera empleo de calidad y muestra al mundo la cara más atractiva de un país. Suficiente para que el político de turno se esfuerce un poco.

Quedan asignaturas pendientes: hay que revisar el sistema de deducciones fiscales para que sean competitivas con las de los países del entorno, y también las ayudas, insuficientes para sostener una industria que quiere ser sólida. También apoyar los canales de distribución de nuestras películas y su presencia en festivales en el exterior; y, sobre todo, cuidar la relación con el cine hispanoamericano.

España debería ser puerta de entrada en Europa de las películas hechas en los países de Sudamérica. Los franceses ya se nos han adelantado creando Ventana Sur: un mercado específico para venta de cine latinoamericano bajo el paraguas del Festival de Cannes. Es un punto para Francia, pero queda partido. Hay que mirar más que nunca las infinitas posibilidades que generan quinientos millones de hispanohablantes.

El sábado la gala de los Goya será seguida ávidamente en países como México, Argentina, Colombia o Uruguay, que ven en esta fiesta del cine una réplica española de los Oscar, pero más doméstica, más amable, más cercana. El idioma común obra milagros. Ya sé que Madrid no es Hollywood, pero quizá tampoco hace falta. Miremos hacia arriba. Y, sobre todo, sigamos rodando.