Hace once años un profesor a tiempo parcial de la Universidad de Cardiff (una universidad escindida de la de Gales), una agencia de viajes y las siempre pimpantes redes sociales se inventaron el Blue Monday, el Lunes Triste. Corrió como la pólvora una supuesta ecuación matemática que, agitando en una coctelera de equis, y griegas y zetas el mal tiempo del mes de enero, la resaca post-navideña (la dietética y la económica), la evidencia de que los buenos propósitos de fin de año tampoco este año se van a cumplir, etc, etc, concluían que el día más deprimente del año suele caer alrededor del tercer lunes del mes de enero.

El Blue Monday tuvo un éxito social y comercial comparable al del Black Friday (el Viernes Negro que en los EEUU sigue al jueves de Acción de Gracias y abre un puente largo para comprar como posesos: equivale a la jornada de sangre y fuego con que aquí se inician nuestras rebajas) o incluso al Colorado y Blanco Papá Noel, que no por casualidad, ¡hohoho!, suda los mismos colores de la camiseta de la Coca-Cola...

Por lo visto hay un tiempo para la credulidad sin matices y otro para ver un traficante de ruedas de molino en todo dios venga de donde venga: así del Vaticano como de la Meca, así del Olimpo como de la Ilustracion, no digamos de la Universidad de Cardiff. Ea. Aclarado lo cual: qué curioso que después de pasarnos tantos años, casi una década, leyendo enero sí, enero también, que del Blue Monday no se libraba nadie, de repente toque leer que todo era marketing y mentira. Que la tristeza que porque sí se decretó, porque sí se levanta. Si antes era de desinformados y de horteras no estar tristes en tal día como hoy, de repente acaece todo lo contrario.

Pues sepan ustedes que yo este 18 de enero que es hoy (ayer para el lector), me he levantado más matemáticamente triste que Bambi el día de la madre, o que Pedro Sánchez el día que vuelva a haber elecciones, o que Carme Forcadell porque no la recibe el Rey y encima se acaba de enterar de que la República son los padres, o que el diputado de Podemos Alberto Rodríguez el día que en el Congreso, además de guardería, pongan peluquería, y entonces todo el mundo clame porque a los rastafaris los aparquen ahí en lugar de llevarlos al pleno. Yo reconozco que la actualidad es para partirse de risa. Pero qué quieren. Yo hoy me he levantado triste, me acostaré triste y mañana más. Y no tengo ninguna prisa por alegrarme. Estoy en mi derecho de ir al revés del mundo.