El proceso catalán ha entrado en terreno cristianoronaldista. Aclaro, antes de que los seguidores del Real Madrid arranquen a hiperventilar, que el cristianoronaldismo es una tara genética transversal padecida tanto por jugadores del Real Madrid (Cristiano Ronaldo el primero) como del F.C. Barcelona. Dani Alves es cristianoronaldista, por ejemplo. No lo es Messi, aunque muchos así lo crean. Tampoco lo es Iniesta. Sí lo es, a ratos, Sergi Busquets. Lo fue Casquero. Y lo es el Niño Torres, cristianoronaldista emérito por derecho propio.

El cristianoronaldismo no necesita definición. Todo el que ha visto en acción a ese aspersor musculoso de gesticulaciones aparatosas, muecas desgarradas, desmayos fulminantes y golpes arrebatados en el pecho sabe lo que es el cristianoronaldismo. El cristianoronaldismo suele resultarle odioso a cualquier ser humano con un concepto adulto de la dignidad personal porque combina la trampa ruin con el aspaviento aniñado. El cristianoronaldismo es la evolución natural de las plañideras, esas ancianas a las que se pagaba en los funerales para que lloraran desconsoladamente la muerte de un tipo al que apenas conocían.

Y digo evolución porque, a fin de cuentas, las plañideras eran profesionales de la cosa. La novedad del cristianoronaldismo, su mejora evolutiva, es que el cristianoronaldista está absolutamente convencido, al contrario que los millones de espectadores que lo sufren en vivo y en directo, de que el universo está en su contra. Un cristianoronaldista, en definitiva, no es más que eso que los ingleses llaman un attention whore. O lo que es lo mismo, uno de esos individuos que han desarrollado tal adicción a la atención ajena (aunque sea negativa) que harán cualquier cosa para conseguir su próxima dosis.

Ayer mismo, Jordi Turull, presidente del grupo parlamentario de JxSí, sacaba su cristianoronaldo interior y se desgarraba las vestiduras porque el rey ha rechazado recibir a la presidenta del Parlamento catalán. Como es obvio, a Turull el Rey le importa un soberano pimiento. En Cataluña, al rey se le ha insultado, pitado, quemado (en efigie) y negado su legitimidad democrática. Nada que objetar al respecto, también los niños dicen a veces que no quieren a sus padres. Pero ahí tienen a Turull, rodando por el césped como si un proyectil de mortero le hubiera arrancado las piernas en la batalla de las Ardenas. “¡El rey no nos quiere!”. Coño, pues claro que no os quiere: es que le habéis deseado la muerte.

La teatralidad es uno de los rasgos más evidentes del catalanismo político. Es la sumisión desleal, la falsa humildad, el pactismo ventajista y el ternurismo fingido. Es Turull escribiendo en su Twitter “nosotros vamos de cara, ellos ni nos escuchan, todos quedan retratados”. A Turull solo le falta depilarse las cejas, quitarse la corbata y la camisa, acariciarse los abdominales con lascivia y gritar, puño al cielo, un lacrimoso “inyustisia”.

Cristiano Ronaldo de presidente de la Generalitat y acabemos ya con esta pamema.