Un significante vacío es un significante que carece de significado. Lo más parecido a una cartera sin estrenar donde todavía no se ha construido la estructura hegemónica que condiciona el sitio para cada cosa; los libros y gomas, los cuadernos, los bolígrafos, las pinturas y los donuts.

Para los que aún éramos escolares cuando murió Franco, el miedo al vacío tras su muerte nos condicionó de tal forma que, nadie de nuestra generación, tomó la medida exacta al agujero. Ninguno de nosotros se encaró con el vacío y se subió al tren de vapor de la Historia ¿Para qué? Si ya teníamos el vértigo de las drogas en una Transición amañada.

Con ayuda de las drogas y de su prohibición, se consiguió separar al sujeto de su predicado. Lo demás vino con el verbo, que siempre era el mismo, “ponerse”. Una generación que fue un significante vacío y que estrenaba sus carteras por estas fechas, cuando venían los Reyes. Una generación que no luchó, por eso se perdieron tantos derechos. Una generación que es la mía.

Las carteras de entonces adquirían significado cuando se tiraban al suelo para marcar los límites de las porterías, sobre unas calles que muy pronto iban a estar sembradas de jeringas. El tiempo pasa y ahora llega una generación que ha salido a esa misma calle a conjugar el verbo de manera resabiada, a llenar de respuestas aquella provocación, aquella pregunta que fue el miedo al vacío tras la muerte de Franco.

Iñigo es el maquinista de una generación que ha estudiado el mecanismo de la sinécdoque y ha comprendido que, en tiempos de crisis, la posibilidad de la hegemonía se encuentra en el vacío de estómago de un padre de familia cuando tiene bocas que alimentar.

Por eso mismo, porque la gramática del hambre convierte al ser humano en un significante vacío de todo significado social, el discurso de Iñigo ha conseguido identificar a un buen número de gentes más allá de posibles diferencias. Aquí el pueblo, aquí la casta, aquí el cuaderno y aquí el agujero exacto del donuts que a su vez se identifica con el donuts mismo.

Ahora, que se dispone a tomar posición en esta guerra sin muertos que es el parlamentarismo, contesto a su tweet desde mi posición generacional. Lo hago recordando lo que me decía el Alvite cada vez que yo ganaba un premio literario:

Muchacho, siempre supe que ibas a acabar mal.