Melancólicamente me acerco a despedir el año y, con sinceridad, no sé qué más decir. Bastante jodida está la cosa, bastante políticamente desengañada, humanamente lo mismo, etc. Opto por irme a la peluquería. A mi peluquero, que se llama Paco Martín y ejerce en Chueca, en la calle Belén, 8. Enfrente del Café de Belén -soberbio ejemplar del mejor garitismo madrileño-. Casi enfrente también del hotel donde se aloja Javier Cámara en la película Truman. Donde echan el polvo con la chica, ¿se acuerdan?

Bueno: es igual. A lo que iba. Mi peluquero y sin embargo amigo (creo) Paco Martín regenta un establecimiento insólito. La música está bajita a pesar de ser muy buena. Te ofrecen té con personalidad y sentimiento. Hay un tímido revistero para entretener a la clientela pero ciertamente los más no lo usamos porque somos de libro bajo el brazo. Paco pregunta siempre: ¿qué lees? Nos lo hemos pasado pipa intercambiando lecturas de cabecera mientras él me va amueblando la cabeza en más de un sentido. Por fuera y por dentro.

Y de repente: noticia bomba. Paco ha decidido ampliar el negocio. A partir de ahora lo suyo será peluquería-librería. Pero no de cualquier manera, no. Atención al plan. Cada mes Paco recomendará, apostará por dos libros. Los expondrá en el expositor de su local y los ofrecerá a la clientela con la misma pasión -o más- que viene ofreciendo otros servicios. La idea es vender libros pero no sólo. La idea es vender una pasión por determinados títulos. Vender ganas de leer.

Hasta ahora ha vendido unas ganas locas de leer a Patti Smith (Sólo unos críos, traducida del inglés por Lumen....una lectura que a mí casi me cambia la vida, o sin el casi, y así lo dije cuando de todo corazón lo recomendé en Libros con Uasabi, ¿se acuerdan?), a Roberto Bolaño y a Nicanor Parra. Todo queda en familia, en tela de araña buena, ¿me siguen?

Este mes le toca a Jaime Gil de Biedma. A sus diarios de reciente aparición. A sus mejores versos. A su mejor todo.

Y hete aquí que yo, que iba a peinarme por no despeinarme, por no desesperarme y aburrirme del año que mal acaba y del que peor empieza, o eso creía yo, me caigo de repente en un bache luminoso, en una hondonada mágica. Me hago a toda prisa con los gildebiedmas, que pienso regalar a manos llenas a gente que quiero. Me ilusiono como se debió ilusionar Jane Austen en aquellos lejanííííísimos tiempos de la lectura apasionada y por suscripción, de las bibliotecas ambulantes, de los libreros de cabecera y de confianza...del amor, en suma. Del gran amor por los libros y por la vida.

Coño. Queda gente así. ¿Será verdad que este 2016 es el que nos va a iluminar la vida?