España depende de cómo tenga la digestión Susana Díaz y de cuatro barones que han encontrado en la "unidad de España" una pancartilla para seguir y permanecerse en la eterna historia del PSOE, ésa que pasa destruirse unos a otros hasta que llegue otro felipato y la corrupción se silencie con dos ambulatorios en Badajoz y un viejo contento que aplauda. Pero hoy España depende también, y sobre todo, de los camisetas pardas de la CUP, y de que vayan aclarando si son antisistemas, internacionalistas, pucheristas aritméticos, frikis o una panda cervecera que ha encontrado el pasatiempo dominguero de ir y bloquear las instituciones. Y entretanto, Antonio Baños, un Vázquez Montalbán con la mala baba del charnego ex pluriempleado, va y se nos ríe del mundo entero; sabe que el foco mediático cuesta, y que antes de que el Ejército pise las flores de Las Ramblas, él ya habrá sido Historia pura de Cataluña por unos meses decisivos y ridículos.

Buenaventura Durruti murió por los desmontes de Madrid, pero ahora los acratones de Barcelona van de tertulia en tertulia haciendo el ganso, pues el heroísmo es virtud de la casta. Debe ser cosa del tiempo nuevo, de esa política nueva que sacan cada sábado en La Sexta.

Porque Antonio Baños sabe que lo de la CUP es una cosa temporal, una etapa cachonda que le viene bien a su currículum de genio mordaz que está muy por encima de la democracia, de la burguesía, del asambleísmo guarrete de todos esos medio batasunos del Maresme y la Cerdanya que se fueron el domingo a creerse comuna en un polideportivo. Y sin embargo, Baños tiene ese raro mérito de gamberro triunfante. Habrá en la CUP quienes piensen que en los Países Catalanes se libra una batalla dialéctica y decisiva, quienes crean que la Historia de la Humanidad pasa por tragarse un sapo caduco del pujolismo (Artur Mas), y quienes hagan y deshagan empates y desempates por dejar a la Generalitar en funciones unos días más, que el desgobierno con birra es un desfasament, nen.

Ni Antonio Baños ni la CUP quieren –ni pueden– cambiar el mundo. Leo que Pablo Iglesias elogia el carácter asambleario de los cupàires, y en esto que el 2 de enero se sabrá si el delfín del pujolismo aguanta unos meses más investido de senilidad, ingobernabilidad y piojos. No se engañen, lo de la CUP es el mal menor que trajo este marianismo indolente que hace buenos –por listos– a los pujoles.