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. Carlos Rodríguez Casado

Opinión Libro primero. Vísperas del 36

La casa del pueblo de Piamonte

(30 de diciembre de 1935, lunes)

30 diciembre, 2015 00:19

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- ¡Allí llegan! ¡Viva Largo Caballero! ¡Viva Pablo Iglesias! ¡Viva el PSOE!

Nada más saberse que Portela había autorizado la reapertura de las Casas de Pueblo, la noticia había corrido como la pólvora entre los socialistas madrileños. Muchos de los congregados en el cruce de la calle Piamonte con Góngora eran los mismos que habían presenciado el juicio contra su dirigente y que lo saludaron, el día de su salida, a la puerta de la Modelo, entre vítores. Hoy Largo Caballero volvía a tomar posesión de su secretaría, tras largos meses de cárcel, y allí esperaron sus seguidores desde primera hora hasta que por fin apareció, bajando por la calle entre sus hijas y un compañero ugetista también liberado recientemente. Los militantes los rodearon, entre aclamaciones, puños en alto y abrazos de viejos conocidos. 

- ¡Aquí estamos de nuevo! –exclamó Largo Caballero.

Como era parco en palabras, prefirió el gesto: sacó la llave y abrió, entre el jolgorio generalizado, la puerta de la Casa del Pueblo. Era un antiguo palacio que el PSOE había comprado al duque de Béjar en 1907, y que desde entonces era sede de todas sus organizaciones. El edificio tenía dos plantas, biblioteca, salón de reuniones con capacidad para seiscientas personas, sala de conversación, tienda de comestibles, escuela y café, además de numerosos despachos. Aquello había sido desde hacía muchos años el reino de Largo Caballero, que se consideraba el sucesor moral de Pablo Iglesias y que, cuando recibía el calor de sus correligionarios, como hoy, comprendía que todos sus sacrificios tenían sentido. Él y sus hijas fueron los primeros en entrar en este edificio al que por fin le habían retirado el par de guardias que velaban por que no entrara nadie, y empujaron juntos el portalón. Con tanta gente presente, y a sugerencia de su hija mayor, hizo pasar a todos al pequeño teatro-cine, donde el líder ugetista se subió al escenario flanqueado por los bustos de Pablo Iglesias y Carlos Marx, e improvisó unas palabras.

- Ya sabéis que nunca fui elocuente y estos meses de cárcel me han vuelto aún más parco…. Pero también más fuerte –dijo, entre nuevas aclamaciones –. No han conseguido doblegar mi voluntad y aquí estamos, de nuevo, listos para la lucha... En un día tan especial quiero honrar la memoria de quienes no pueden estar hoy con nosotros, todos los caídos durante la revolución de Asturias… Y ahora, compañeros, más que mitineo lo que necesitamos es estructura y orden, de modo que ocupad todos vuestras oficinas y lograd que vuelva a latir, entre estos muros, el corazón de Pablo Iglesias.

El polvo acumulado durante meses se levantó al paso de decenas de personas que se iban distribuyendo por el edificio, abriendo los postigos y despejando el lugar. “¡Qué peste!”, exclamó Largo Caballero, en el despacho de la secretaría de UGT. Casi de manera instintiva, empezó a abrir los cajones, a tantear documentos precintados. No eran demasiados, puesto que antes de lo de Asturias habían sacado de los locales, en cajas que quedaron depositadas en diferentes sitios seguros, la documentación más comprometida. Pero alguna cosa restaba.

- Ya estamos de nuevo en casa –dijo, mirando todo con orgullo de propietario.

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