El puñetazo del mozalbete de Pontevedra en la cara del presidente del Gobierno fue un puñetazo premonitorio. El domingo por la noche, era más evidente el sopapo de las urnas en el rostro de Rajoy que la marca de la brutal agresión. Después vino Pablo Iglesias a levantar el puño cerrado para exigir desunión en la unidad y unidad en la desunión con un referéndum privado, sólo para catalanes, y Pedro Sánchez ha dado el último puñetazo, ahora sobre la mesa de la salita de Moncloa, para decirle al presidente que no cuente con él ni para ir a las Ramblas.

Nos esperan jornadas de tensión. En el PP y en el PSOE suena de fondo el chiflo del afilador como lo hace en El Padrino la banda sonora. Rajoy quiso que las Navidades entraran en las elecciones, que el espíritu navideño reblandeciera los corazones, pero son las elecciones las que han entrado a saco en las Navidades, al punto de que entre villancico y turrón no se hablará de otra cosa en las reuniones familiares que de política y de pactos. Y suerte habrá si no vuelan los platos. Por no acompañar, no acompaña ni el clima. Al calor de la contienda electoral y poselectoral, al ardor de los tertulianos en los platós, se une ese termómetro obcecado en que no comience el invierno.

Si no llegaba ya bastante manchada de polvorón electoral esta Nochebuena, a la alcaldesa de Madrid le ha dado por anunciar un cambio en las Cabalgatas de Reyes de Vallecas y San Blas: sustituirá a uno de los Magos por una Reina. Apuesto doble contra sencillo a que el sacrificado no será Baltasar. Corrección política ante todo, señores: no se puede desvestir al negro para vestir a la mujer. Hace bien la alcaldesa al experimentar en los barrios periféricos; si lo hiciera en la Castellana, con corazones menos curtidos tal que del barrio de Salamanca, podría provocar algún infarto.

Hasta el Gordo ha parecido menos Gordo esta vez, con los chicos de San Ildefonso recitando cifras al tiempo que los periódicos quemaban la calculadora del pactómetro. Es una Navidad con las caras de los candidatos de fondo, colgando aún de las farolas, y con la amenaza de nuevas elecciones a la vuelta de la esquina. Vaya regalo.