Estoy segura de que en este día de nochebuena una tv programará alguna de las más de un centenar de adaptaciones al cine de Canción de Navidad, basado en la novela corta de Charles Dickens, que tiene incluso una versión porno. La historia del miserable señor Scrooge y los tres espíritus de las Navidades es quizá la ficción navideña más famosa de la historia.

Pocos saben, sin embargo, que Dickens la escribió como un encargo porque pasaba por serias dificultades económicas mientras redactaba la novela Martin Chulewitz. La editorial Chapman and Hall, consciente de los problemas monetarios del autor, le pidió en el otoño de 1843 una historia que pudiese combatir el pesimismo de una Inglaterra deprimida y pobre, que caminaba hacia otras navidades marcadas por la escasez. En poco más de dos semanas Dickens escribió una maravillosa fábula sobre las segundas oportunidades, el deseo de redención y la necesidad de mirar a nuestro alrededor para disfrutar de la vida.

La novela, publicada el 19 de diciembre, se convirtió en un éxito editorial sin precedentes. En una época en la que no existía la posibilidad de arropar un libro con grandes campañas de marketing, Canción de navidad vendió miles y miles de ejemplares, y en los hogares de toda Inglaterra se leía en voz alta para que la disfrutaran incluso los iletrados. Dicen que el libro de Dickens supuso la reinvención de la Navidad inglesa, ensombrecida por una crisis económica y social que había desembocado en algo parecido a una epidemia de tristeza. Ya sé que parece mentira, pero un libro rescató a un país entero de su estado de desánimo: sí, Inglaterra utilizó el texto de Dickens como un talismán contra la desmoralización. Aquel cuento escrito en quince días fue capaz de recordar a la gente que, pese a todo, casi siempre hay motivos para conservar la esperanza.

Me pregunto si la fórmula mágica de Dickens podría repetirse en este año convulso, en esta época complicada. Si algún artefacto de la ficción podría sacudirnos la conciencia y quitarnos de encima esta especie de decepción colectiva, de pesimismo, de bloqueo. Por si acaso, y como estoy segura de que algunas historias no pasan de moda, dentro de unas horas, cuando regrese de celebrar la Nochebuena con la gente que quiero, voy a leer una vez más la novela de Charles Dickens para recordarme a mí misma que no todo puede estar perdido. Feliz Navidad. Y, como decía el pequeño Tim, que Dios nos bendiga a todos.