A Pedro Sánchez deberían despedirlo: hacer buenos los resultados de Rubalcaba no era fácil, y lo ha conseguido sobradamente. Además, perdió el debate a cuatro por goleada e insultó a su rival en el otro, ese que ahora parece del siglo pasado, el del fin del bipartidismo. Sin embargo -eso sí que es una carambola-, quién sabe si veremos a Begoña, su mujer, decorando la Moncloa.

Pablo Iglesias, el gran triunfador del 20-D, remontó desde su cansancio inicial, el que le aturdía poco antes de dejar el Parlamento Europeo, hasta llegar, eufórico y victorioso, al corazón de muchos ciudadanos. Su campaña, con ese minuto sublime en el que pedía no olvidar los desastres y sonreír al futuro, ha resultado aún mucho más eficaz que valiente u original. Tiembla la Bolsa y sube la prima de riesgo, claro, pero dijo Errejón que la remontada de Podemos se estudiará en las universidades. Y dijo bien.

Rajoy ganó, pero difícilmente podrá gobernar. ¿Es eso ganar? Ya no: ganar se llama ahora, precisamente, gobernar. Además, el presidente del PP, que ha perdido tres millones y medio de votos y 63 diputados, está discutido no solo en la calle, también en su propio partido; la petición de Aznar de que se celebre un Congreso abierto para elegir un líder lo debilita aún más. Pero no es extraño: Rajoy fue una losa electoral y ahora es una pesada carga con la que se vuelve más arduo, aún, negociar un investidura, o cualquier cosa.

Rivera entra en el Congreso con 40 diputados, que no es entrada menor, pero sus expectativas, y las de tantos, se han visto severamente corregidas por la realidad del 20-D, mucho menos naranja de lo esperado. Tal vez Albert requiera algo más de show, uno brillante y seductor como el de Pablo, y menos prudencia o sensatez de la que acostumbra, si pretende seducir a la mayoría. En este país, ya saben, somos así. Pero espectáculo, en todo caso, no va a faltar: en Cataluña los ciudadanos votaron a sus políticos el 27-S y aún no se han puesto de acuerdo para formar un Gobierno, ni siquiera uno inestable. Los resultados de las elecciones generales no han arrojado unos resultados menos complejos que los de las catalanas. ¿Cuánto tiempo puede estar una nación sin sus gobiernos?

A Rajoy puede que le preocupe; a Pablo, ahora más embalado que nunca, no. Tiene tiempo, se sabe triunfador y saborea el efervescente y masivo respaldo a la formación morada. Su objetivo es mesiánico; su determinación, colosal. La eficiencia de su labor, por lo que acabamos de ver, incontestable. Por lo que parece, aún tiene mucho que subir antes de bajar. Vayan preparándose. El show de Pablo no ha hecho más que empezar.