Escribo este artículo cuando faltan unas horas para que se conozcan los resultados electorales que marcarán la marcha del país para los próximos años, y después de hacer balance de estas semanas de campaña y precampaña que han convertido mi vida cotidiana en un escenario de caos. He vivido por y para estas elecciones. Ni siquiera soy consciente de que estamos en Navidad. Sólo tengo un décimo de lotería, y eso porque me lo dio un amigo. No he comprado regalos para nadie, y por primera vez en mi vida no hay turrón en mi despensa porque, simplemente, no tenía tiempo para ir al súper. He perdido tres kilos – lo cual es una ventaja – y me ha salido una erupción que hará alucinar al dermatólogo cuando se la enseñe.

Mis amigos se comunican conmigo por whatsapp. Hice una cena en mi casa y encargué la comida por teléfono, yo, que soy la reina de los fogones. Hace semanas que no leo un libro porque cuando me meto en la cama me quedo frita de cansancio. Tengo el pelo demasiado largo y las uñas astilladas. Mi casa está patas arriba. Se está desprendiendo la suela de mis botas preferidas y no las llevo al zapatero porque tengo miedo de no encontrar el momento de recogerlas. Es lo que me ha pasado con una chaqueta: hace tres semanas que está en la tintorería.

También he obtenido cosas, claro. Sobre todo insultos. Me han llamado (entre otras lindezas) fascista, machista, fea, gorda, delgada, tonta, ladrona e ignorante. También me han acusado de ser inexperta, aunque eso me sentó bien: venía del pobre Javier Maroto, que lleva desde los 27 años viviendo de la política, así que tiene que horrizarle alguien que se ha ganado el pan en la vida civil. Ayer di un larguísimo paseo por el centro de Madrid, que reventaba de ambiente navideño. Cuando estaba a punto de cruzar la calle, escuché la conversación de tres chicas: “Anda, es verdad, que mañana se vota”. Y eso me hizo recordar que no todo el mundo se ha parado por culpa de estas elecciones. Que hay personas que han seguido sus vidas al margen de los sondeos, las puñaladas traperas, el vale todo y el a ver qué pasa. Personas que han tenido sus preocupaciones, sus angustias, sus alegrías, y que quizá piensan que lo que ocurra en las urnas no cambiará las cosas.

Dentro de unas semanas trabajaré para esas personas. Y quiero creer que lo vivido durante estos días – los nervios, los insultos, el trabajo extremo, las noches sin dormir, las renuncias – va a merecer mucho la pena.