Caminito del 20-D la actualidad se va poniendo cada vez más cuesta arriba y más infernalmente empedrada de buenas intenciones. No hay día que no te desayunes con un nuevo caso de corrupción, a cual menos original. A poco conectad@ que estés es fácil que la mañana menos pensada el café, según te entró humeante por la boca, te vuelva a salir por los agujeros de la nariz: "¡Pero si yo a ese embajador (o diputado, o exministro, o exrey…) que han pillado con las manos en la masa le conozco! ¡Pero si con éste nos íbamos de copas en tal o cual viaje oficial, o me invitó una vez a ostras en Santiago de Compostela, o me tiró los tejos en aquella entrevista que le hice!".

La familiaridad con el mal impresiona tanto como su banalidad. Incluso ahora que, según leo en Los Angeles Review of Books, vuelve a estar intelectualmente de moda poner a parir a Hannah Arendt y tratar de mellar su fino análisis sobre Eichmann. Aparecen nuevos libros firmados por autores como Bettina Stangneth alegando por ejemplo que Eichmann, para ser un burócrata sin ideas y un cutre, buen carrerón que hizo en el Tercer Reich despachando eficazmente a millones de judíos a morir sin ni siquiera necesidad de pisar un verdadero campo de exterminio. Hay que ser muy intelectual o muy idiota para escribir esto. ¿Todavía no se han dado cuenta de que en política es donde medran más los menos dotados? Precisamente cuando natura non da es cuando presta Génova. O Ferraz. O suma y sigue.

Lo más amargo de todo este holocausto de corrupción que se va conociendo y juzgando ahora es que en el fondo nada nuevo emerge bajo el sol. Es que todo esto ya se sabía. Te puedes llevar alguna sorpresa concreta con individuos concretos. Los que parecían, si no necesariamente más majos, más listos o de mejor familia. Sabido es que todos los ricos lo son porque son amigos de otros más ricos aún que ellos con los que comparten una tupida red de favor por favor, juntar pasta en magnitudes inimaginables para los pobres y llevársela en camiones cisterna al extranjero. Aún así, ¿qué necesidad tenía un exdirector gerente del FMI de meterse a porquero de Bankia, un embajador de España de rebajarse a lobbysta al mejor postor, uno que ceñía corona de cobrar comisiones por facilitar grandes contratos internacionales a empresas de su reino, como ya era su regia obligación sin cobrar un duro más de los muchos que ya cobra? ¿A dónde mirar que no veas una cara de corrupto demasiado conocida, cutre y banal?

Me voy a echar un polvo con Heidegger y vuelvo.