“Yo no tengo nada en contra del cine español, pero no quiero que esté subvencionado”.

La frase es de una persona a la que quiero mucho, una persona buena, generosa, solidaria y comprometida, que paga sus impuestos religiosamente y se preocupa por sus amigos y sus vecinos. Para esa persona, el cine español es un magma de gorrones y aprovechados, de perezosos, de garrapatas que chupan sin piedad la sangre ajena.

Hay que felicitar a los que durante años se preocuparon por hacer germinar esa idea, porque les ha salido bien. Vivimos en un país donde se subvenciona casi todo, desde la energía limpia hasta el cultivo del pistacho, de los ascensores hasta las líneas wifi en los hoteles, por no hablar de la industria de la automoción: a ver qué se creen ustedes que es el plan PIVE sino una gigantesca – y necesaria – subvención al sector del automóvil.

Sin embargo, hablas de subvención y se piensa en cine y sus industrias. De nuestros impuestos salen ayudas a las renovables, al plátano, a la pesca o a los coches nuevos. Pero, por alguna extraña razón, lo único que parece doler es el dinero que usa el Estado para sostener – de forma precaria – la cinematografía española. Y no es justo. El cine es un buen negocio, y no sólo para los que lo hacen: de cada euro que se invierte en cine, retornan tres. Entre otras cosas, porque el 70% del presupuesto de una película son sueldos, y porque el iva de la taquilla pasa directamente a la caja común. Pero además el audiovisual es un sector estratégico, una excelente ventana a la cultura de un país y la mejor tarjeta de presentación ante el exterior. Cualquier nación civilizada tiene que apostar por mantenerlo y apoyarlo, como industria y como andamiaje cultural, y es una pena que la exigua ayuda que se le dedica levante tantas ampollas.

Quizá la culpa es de unos y de otros. De una administración interesada en agitar las aguas para cobrarse viejas venganzas y saldar rencores, de una opinión pública presta a indignarse por unas ayudas sin cuestionarse otras bastante más escandalosas y también de un sector que no ha sabido venderse ni explicarse, y que no hace tanto tiempo se politizó de forma innecesaria. Pero, aunque pensemos otra cosa, el cine se subvenciona en todos los rincones del mundo. En 2015, Francia dedicó más de seiscientos millones de euros de las arcas públicas a la producción de películas. En España se invirtió una cantidad quince veces inferior. Ahí les dejo el dato.