Nada mejor que escuchar las reacciones de los protagonistas del debate entre candidatos organizado por Atresmedia, en el que la vicepresidenta del Gobierno ocupó el lugar de Mariano Rajoy, para comprender no ya el efecto de este careo televisado sino también las decisiones más controvertidas de la campaña. 

Resulta tan lógico el empeño puesto por unos y otros para presentarse como vencedores como significativas la ausencia del presidente del Gobierno y la encuesta lanzada por el PP para conocer las vacilaciones de sus indecisos, en la que se pregunta si no convence el candidato. Esto es muy significativo porque así como los otros ocho problemas contemplados -la gestión, la calidad del empleo, la subida de impuestos...- son susceptibles de matizaciones y lecturas positivas, lo único que ya no pueden cambiar los populares es a su candidato. Es decir, esta iniciativa electoral revela que el PP admite que Rajoy es, como la corrupción, la precariedad laboral o los privilegios de los políticos -por seguir citando algunos de los motivos de retraimiento contemplados-, una de las debilidades del partido.

Un candidato suplantado por Soraya

El reconocimiento de que Rajoy es un lastre no justifica su ausencia de los debates, como tampoco que Atresmedia permitiera su suplantación en lugar de dejar su hueco vacío como hicieron El País y los universitarios de la Carlos III, pero sí ayuda a explicar por qué su equipo de campaña hace lo posible por ocultarlo o fundirlo en las apariciones públicas con Soraya Sáenz de Santamaría.

El descaro con el que el presidente del Gobierno subrayó este martes que había hecho lo "de siempre", al dar la espalda a un debate seguido por más de nueve millones de espectadores, echa por tierra el argumento de su sustituta, cuando dijo que ella iba en lugar de Rajoy porque "el PP es un equipo".

Rajoy, que por supuesto dio por ganadora a la vicepresidenta tras haber seguido el debate desde su dacha de Doñana, adujo que de haber ido "podría haberlo ganado o no", pero lo cierto es que, tal y como se desarrolló, sólo podría haberlo perdido.

Las trampas en los datos del Gobierno

Si algo quedó claro tras las dos horas de exposiciones y críticas cruzadas entre los candidatos del PSOE, Podemos y Ciudadanos y la vicepresidenta es que ya no hay lugar para los viejos formatos encorsetados. En este sentido hay que poner en valor la repercusión del debate en las redes sociales y su seguimiento en vivo desde los periódicos online, en la medida en que sirvieron para destapar las trampas y medias verdades de los contendientes: por ejemplo, los datos distorsionados sobre el empleo y el número de contratos indefinidos de los que presumió Sáenz de Santamaría, tal como desveló la unidad de datos de EL ESPAÑOL.

En lo que respecta a la valoración de las intervenciones, parece claro que la nueva política venció a la vieja política. Pese a alguna metedura de pata, Pablo Iglesias mostró su dominio del medio televisivo y se convirtió en azote del Gobierno en dos intervenciones demoledoras sobre los SMS a Bárcenas, el registro de la sede del PP o el caso Púnica. Asimismo, Albert Rivera, aunque no tuvo el mejor de sus días, metió el auténtico gol de la noche cuando explicó la ausencia del presidente exhibiendo la portada de El Mundo con la contabilidad del extesorero, en la que aparecían los sobresueldos a Rajoy cuando era ministro. No es de extrañar que Soraya Sáenz de Santamaría se sintiera acorralada cada vez que alguno de los aspirantes sacaba a relucir la corrupción del PP.

El denuedo con que Pedro Sánchez ha arremetido este martes en Galicia contra Pablo Iglesias, apelando al voto útil, es proporcional a su falta de pegada en el debate de la víspera. Del mismo modo, el empeño con el que el PP ha querido investir a Sáenz de Santamaría como la gran vencedora es el correlato de que ya nadie en este partido duda de que Rajoy no suma sino resta.