El tiempo, el implacable, como lo llamó Pablo Milanés, siempre pone a todo el mundo en su sitio. Con los chavistas ha tardado 17 años pero, este fin de semana, los seguidores de Hugo Chávez han comenzado, finalmente, la que será la última etapa de su peregrinaje político por tierras venezolanas.

Es cierto que el camino pendiente aún será largo y tedioso, porque estos comicios han sido solamente legislativos y porque Maduro, feliz en el poder aunque su pueblo no lo esté, no va a ofrecer su rendición fácilmente, ni mucho menos. Pero es indudable que el abrumador resultado a favor de la Mesa de la Unidad Democrática (MUD) anuncia el fin de una época que ya duraba demasiado en Venezuela.

Ni con todo su arsenal de ardientes consignas patrióticas -"Hay que elegir entre el modelo de la patria rebelde, pura, bolivariana y chavista, o la antipatria entreguista y pitiyanqui"-, ni con el aparato del Partido al máximo rendimiento buscando apoyos donde los había, o donde no los había, ha logrado el presidente Maduro seducir mayoritariamente a los electores.

Tampoco debe extrañar: el país se halla en una situación de atormentada y extenuante ruina económica; la corrupción es sistemática; la violencia ha convertido a Caracas en la capital del crimen en el mundo; y, por supuesto, el recorte de las libertades y el acoso a los líderes opositores han dejado en evidencia la capacidad represora del Gobierno. Demasiadas señales de que la devastación que ha provocado el régimen ha alcanzado un punto que los ciudadanos ya no pueden -ni quieren- tolerar.

Ha triunfado la contrarrevolución, se lamenta Maduro. Y sí, es cierto. A veces las contrarrevoluciones son lo mejor que le puede ocurrir a una revolución. Por eso, Antonio Ledezma, Daniel Ceballos o el asesinado dirigente de Acción Democrática Luis Manuel Díaz son, junto con Leopoldo López, condenado a 14 años de cárcel, los verdaderos triunfadores de estas elecciones. Y, por tanto, los elegidos por el pueblo, aunque eso a Maduro no le guste. Es lo que tiene la democracia, que nadie se la puede apropiar y, también, lo que tiene el implacable: siempre acaba llegando.

En clave española y con el 20-D a un par de pasos, aparece la penosa suerte del PSOE, cuyo ex máximo dirigente Rodríguez Zapatero continúa cosechando torpezas innecesarias, como esa inoportuna foto con Maduro el fin de semana electoral, y la aún peor fortuna de Podemos, que ve cómo se tambalea -ya lo hizo Syriza en Grecia- otra de sus más contundentes fuentes de inspiración, la del actual Gobierno venezolano.