No sé de quién fue la idea de enviar a Zapatero como observador a las elecciones de Venezuela. Supongo que alguien habrá pensado que al hombre hay que dejarle algo que hacer para que no se deprima. Por eso cuando pidió permiso para ir a Caracas como observador le dijeron que vale, que bueno, que muy bien, que de todos modos no te van a dejar mirar mucho, pero que si te hace ilusión pues que vayas. A nadie se le ocurrió pensar que Zapatero es siempre una bomba de relojería, y que cuando uno anda por ahí con la espoleta temblona, lo último deseable es dejarlo suelto a doce horas de avión y en mitad de una democracia de pachanga donde los opositores de pudren en la cárcel.

Zapatero se entrevistó con Maduro horas después de que este le soltara un puñado de impertinencias al presidente del Gobierno, y tras pedirle “menos prejuicios” - como si a Leopoldo López lo tuviesen en una celda por una cuestión de antipatía – añadió que "Estamos en un proceso de campaña electoral, también hay campaña electoral en España, yo lo que deseo, procuro y traslado a mi gobierno, es que tenemos muchos vínculos entre España y Venezuela".

Ahí tenéis la aportación del inventor de la exitosa Alianza de Civilizaciones: un galimatías ininteligible del que nos quedamos con que aquí se vota como allí y tiene que haber buen rollo. ¿Y para decir eso te has ido hasta Venezuela, alma de cántaro? La inanidad de Zapatero le impide alcanzar la categoría de jarrón chino de los otros expresidentes, que siguen en la brecha y de vez en cuando tiran pellizcos de monja a sus sucesores, porque en el fondo es lo que se espera de ellos.

Sólo Suárez y Calvo Sotelo se han librado del estigma del ex: Suárez, porque su carisma y su paso por la historia lo ponían a salvo de cualquier cosa; Calvo Sotelo, porque era un hombre de estado y un intelectual, y tras cerrar la puerta se dedicó a cultivar el espíritu y a observar todo desde la inteligencia y la ironía. Zapatero no tiene “allure”, ni lee en francés ni en inglés (a lo mejor tampoco lee mucho en español), ni toca el piano, ni poda bonsáis ni puede cobrar las conferencias a precio de oro. Supongo que necesita encontrar algo que hacer, pero la alternativa al aburrimiento no puede ser andar por el mundo adelante diciendo cosas raras. Escuchar a un expresidente comparando las elecciones españolas con las venezolanas el día de la Constitución sirve para recordar que hay gente a la que es mejor no sacar de casa