Podrían contarse con los dedos de una mano los artículos que he firmado en una década acerca del 11-M. Sobrarían dedos. Quiero decir que no es un asunto sobre el que haya polemizado, y no por una cuestión de escrúpulos, sino porque creo que puedo contribuir poco al debate. Y aunque el título de la columna parezca desmentirlo, tampoco voy a escribir ahora del caso.

Soy un convencido de que la calidad democrática de una sociedad se mide por un puñado de indicadores, entre los que está el de la libertad de expresión. Por eso me preocupa que un periódico retire una entrevista, que los responsables de la línea editorial del medio se jacten de ello -como si la censura fuera motivo de orgullo- y que haya lectores que celebren que les hurten esa información. ¿Ni siquiera quieren tener la ocasión de disentir de ella?

Cualquiera podría pensar que una decisión tan drástica como la de suprimir una entrevista tiene que ver con la polémica identidad del personaje o lo intolerable de sus manifestaciones. Aquí el protagonista es un director de cine francés, nada radical, al parecer de izquierdas, que se limita a contar en un documental las lagunas que encuentra en la investigación y en el juicio del 11-M.

Esta censura tiene el agravante de que se produce sobre un creador y, por tanto, en un campo, el de la manifestación artística, que debe estar particularmente protegido. Si a un director de cine no se le puede ni entrevistar, ¿se le dejará estrenar su obra?

Para justificar la retirada de la entrevista, el director del diario aduce dos cosas: la necesidad de proteger a las víctimas que no quieren que se remueva la tragedia y garantizar "el respeto a la verdad". Si hubiera que atender a lo primero, nunca podría volverse sobre episodios dolorosos y traumáticos. Algo que no sólo es imposible, sino contraproducente. Esa actitud impediría, de entrada, plantear siquiera una Ley de Memoria Histórica, pero también habría evitado la reapertura de la investigación de la tragedia del metro de Valencia. Respecto de lo segundo, ¿está entre las funciones de  los medios de comunicación determinar cuál es "la verdad" u ofrecer a los ciudadanos elementos de juicio para que la encuentren?

El problema no es el 11-M, sino acercarse a él con anteojeras ideológicas. Acusar a todo el que plantea dudas sobre la investigación que se llevó a cabo de "conspiranoico" es tanto como pretender crear espacios inmunes a la crítica, y cuanto más crecen estos, más mengua la libertad de expresión.

Lo conservador, lo cómodo -permítaseme: lo facha-, es encerrarse en las propias seguridades, censurar, borrar lo que no queremos ver, no vaya a ser que nos contamine. Lo progresista es salir a campo abierto y confrontar con otros nuestros argumentos. También en el 11-M.