Francia, herida tras el 13-N, aún en estado de shock, intensifica sus ataques al Estado Islámico. Rusia, tras admitir que su Airbus comercial estalló en el Sinaí por una acción terrorista, ha hecho lo mismo: bombardear Raqa. Los caza franceses y los bombarderos rusos dominan, con sus misiles de crucero y sus bombas aéreas, las duras noches sirias en el bastión del Daesh.

Bombardeemos, sí. Quizá porque resulte impensable no hacer nada ante la barbarie del ISIS en estos últimos días. Pero esto, tengámoslo claro, no va a erradicar el terrorismo. Más bien, puede provocar lo contario: más terroristas que se unan a su estúpida causa, más atentados salvajes en nuestras ciudades, más inocentes muertos en todas partes.
Nothing comes from violence, and nothing ever could, escribió el compositor británico Sting en su deliciosa Fragile. Somos frágiles, sí, y nada bueno puede surgir de la violencia.

Sin embargo, presos de la indignación, asustados también, temiendo todo lo que podemos perder –nuestra seguridad, nuestra libertad, nuestra vida-, asistimos cuando menos aquiescentes al vuelo de los aviones y al de los misiles que escupen los barcos de guerra en el Mediterráneo. Éstos son los nuestros. Muy equivocados, sospechamos, no pueden estar.

Mientras, el mundo se prepara para asistir a la verdadera réplica internacional a la gran tragedia de París, con Hollande, Putin y Obama al fin de acuerdo. Nada como el miedo para unir pareceres. “La violencia es el miedo a los ideales de los demás”, dijo Gandhi.
Ante el temor a perderlo todo surge el dilema que se suscita tras los atentados en Francia: ¿seguridad o libertad? Los europeos lo tenemos claro: queremos libertad, pero también seguridad. Lo queremos todo.

Muy probablemente, estamos dispuestos, al menos la mayoría, a aceptar una moderada restricción de nuestras libertades individuales a cambio de reforzar nuestra seguridad exponencialmente. Esto quizá no hubiera sido admisible hace unas semanas, pero el mundo se ha transformado: ya no es el de entonces. Antes del 13N no temíamos, al menos no de forma consciente o inminente, una carnicería humana en el centro de una gran ciudad de Europa, ni tampoco esperábamos que un ministro europeo alertara del peligro de terrorismo en forma de ataques químicos o bacteriológicos. Pero ahora todo ha cambiado.

Aunque nosotros, no tanto. En vez de luchar contra el adoctrinamiento y la miseria, ambos imprescindibles para fabricar terroristas, preferimos la represalia. Antes de buscar una mayor eficacia en la labor de la inteligencia anti-terrorista, preferimos venganza. Será que no sabemos hacerlo mejor.

Las cosas no se solucionan solas, pero las bombas sólo matan. Bombardeemos, sí. Pero eso, solo, no va a solucionar nada.