En Andalucía no se quería tomar el Cielo por asalto. Por ahí abajo igual el asunto consistía en que los Cañamero y los Gordillo metieran el carrito del supermercado en el debate político: bandoleros de un Mercadona, jornaleros hiperactivos, que ahora se caen de las listas de Podemos a las Generales con el orgullo herido y la conciencia intacta y aceitunera. Allá que seguirán con la kefiya palestina al sol de agosto, y con la ocupación de la tierra en cada barbecho de los Alba hasta que lleguen los del cuartelillo y se pongan unos frente a otros, con los brazos en jarra. Y así los mismos -y lo mismo- desde Lorca y mucho antes.

Podemos se descompone al calor de la unidad popular que no fue, y por el sur el partido muere ante esa clase media a la que le faltan tantos lunes. Allí domina lo posible el ‘clan Kichi’. Teresa y Kichi, Kichi y Teresa Rodríguez, con esa noción del virrenaito que por debajo de los desmontes de Despeñaperros se tiene de todo lo nacional. A Kichi se le rebelan las vecinales de Cádiz, que siguen friendo las mojarras con aire y con el mismo desconchón en la casapuerta. A su parienta, a Teresa Rodríguez, le imponen un centralismo que casa mal con su jipismo y con sus pulseras en los atardeceres en Caños de Meca. Llevaron como programa un mojito en cada desahucio, y ahora les pasa que el invento del altavoz y de la tortilla okupa se les cae ante la realidad social. Y ante todo un departamento entero de Políticas que se sienta un día con la patronal y que siente el confort de la socialdemocracia. Sorpasso.

Ocurre que Teresa Rodríguez enfrenta su cortijada heterogénea a Pablo Iglesias. Y que Iglesias impone cuneros y afines como todo hijo de vecino con voluntad de mando y capacidad de 'dedazo'.

Por Jaén y por Teresa Rodríguez va al Congreso un condenado con la mano larga por agredir a un concejal socialista en Jódar. A Iglesias se le va al primer aviso un tertuliano, Pérez Royo, entre otros. A PI el profundo Sur empieza a darle la espalda.

Con tino y sentido, el juez Castro le da largas; otros juristas le juran unas lealtades que rechinan.

Hablo con uno de los últimos fichajes andaluces de PI. Lo veo tan descreído y tan lúcido que no sé si darle el pésame. O un par de vidas del Candy Crush.