Carlos Rodríguez Casado

Carlos Rodríguez Casado

Opinión Vísperas del 36

Reunión sindicalista

(18 de noviembre de 1935, lunes)

18 noviembre, 2015 01:51

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Resumen de lo publicado. -Tras el escándalo del estraperlo, las próximas elecciones han adquirido un cariz especial. Ángel Navarrete asiste con sus amigos a un mitin de la CNT.

… por eso, amigos de la Confederación Nacional del Trabajo, en respuesta al llamamiento de nuestros líderes desde el exilio y la cárcel, los socialistas os animamos a que os unáis a este gran frente antifascista que se va a formar para ganar las próximas elecciones. O al menos, si no queréis estrechar la mano que os tendemos vuestros hermanos trabajadores, que os abstengáis de hacer campaña antielectoral...

Ángel Navarrete y el resto de los anarquistas –eran como una docena de representantes de los municipios del sur de Madrid, que habían escuchado con atención al ugetista- mantuvieron el ceño fruncido. La reunión a la que les invitaba la asociación socialista local se celebraba en una taberna, no muy lejos de la plaza de toros de Vista Alegre. El sitio tenía un mostrador de estaño, varias mesas redondas, casi todas cojas, lo que cuando se comía sobre ellas hacía que se cayera la sopa, y lo calentaba un anafre, un hornillo grande, con lumbre en medio, que al mediodía se rodeaba de pucheros. Había por la pared carteles de Belmonte, algo que no agradaba a Navarrete. La fiesta de los toros era una de las lacras del pueblo y los gobiernos apoyaban ese vicio, para mantenerlo en la esclavitud.

Por lo demás, la taberna oscurecida olía a vino a granel. Los compañeros de Ángel trabajaban la mayoría en la construcción y venían, como él, con mono y alpargatas. Entre la veintena de socialistas, alguno iba con americana. El que hablaba era un tipógrafo de Usera, cuya imprenta había funcionado clandestinamente durante la dictadura.

- ¿Y qué ganamos nosotros?

- Lo que todos: la amnistía.

Los anarquistas presentes eran todos miembros de la CNT regional, compañeros de Navarrete, salvo una pareja de catalanes que había venido de Barcelona y que murmuraban entre sí en su lengua. Entre los barceloneses empezaba últimamente a haber demasiado "treintista", en opinión de Navarrete, seguidores de Pestaña y del posibilismo anarquista, que dudaban de la revolución social y consideraban que la tozudez del todo o nada podía estarles haciendo el juego a los socialistas, siempre más constructivos, que iban ganándoles terreno entre los trabajadores. Antes de que ninguno dijera nada, Navarrete pidió la palabra mientras Lenin, a su lado, se levantaba del taburete, agarraba la frasca y servía una ronda. Ángel Navarrete paseó la vista por el mostrador, y se fijó en la gran ampolla de vidrio que colgaba en el muro, junto a las botellas de aguardiente del anaquel, para que los borrachos vomitasen.

- He oído la propuesta de nuestros compañeros socialistas –dijo con tranquilidad-, y también las primeras reflexiones de nuestros compañeros catalanes de la Confederación que, rompiendo con su costumbre, por esta vez se muestran partidarios de pactar…

De los presentes solo Navarrete y Lenin, en gesto de desafío, guardaban las boinas puestas. El ambiente era de tensión. No era fácil hablar allí, pero Navarrete estaba acostumbrado a llevar la voz cantante en las reuniones.

- A mí, los compañeros confederados me han visto durante años discutir con los patronos y me he hartado de oír la misma cantinela: que si nuestras demandas van a arruinar el negocio, que si los gravámenes del Gobierno, que si todo se ha puesto tan caro que no les queda ni para sus casas. Cada vez, con los salarios que pedimos, dan a entender que vamos a arruinarlos y a conseguir que cierren las fábricas. Y cada vez les contesto que ellos han empezado con poco y ahora son ricos. Y que no me hablen de impuestos, porque no conozco a ningún constructor que no lleve doble contabilidad, y que de ninguna manera abandonarán sus negocios. No he cedido en ninguna negociación, y en la mayoría de los casos hemos obtenido nuestras reclamaciones porque eran justas. La CNT siempre considera que cada huelga es una batalla que debe ganarse por las buenas o por las bravas, y no nos ha ido mal. De hecho, durante años hemos sido los únicos que nos hemos enfrentado a las fuerzas del orden de la dictadura, mientras nuestros "hermanos" de la UGT os aprovechabais del apoyo institucional descarado –prosiguió, provocando las primeras protestas-. Es lógico que los socialistas queráis volver a pactar porque en el fondo sois uña y carne con los republicanos, con quienes colaborasteis en el Gobierno que asesinó al compañero Seisdedos en Casas Viejas…-prosiguió, entre nuevas protestas-. Pero no lo es que mis propios compañeros, instados por los comunicados de algunos dirigentes, estén a punto, ellos también, de claudicar y colaborar con fuerzas contrarrevolucionarias. Yo no sé lo que harán mis compañeros cuando se disuelva el actual Parlamento, pero lo que sí sé es lo que haré yo, que es lo que siempre hemos hecho los anarcosindicalistas: luchar. Si queréis pactar con antirrevolucionarios, hacedlo, pero no contéis conmigo -dijo.

Y, poniéndose en pie, se dirigió a la puerta. De los demás, solo Lenin le siguió.

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