Me pilla la matanza de París justo cerrando el asombroso último libro de Emmanuel Carrère, Le royaume (El reino), editado en España por Anagrama. En él Carrère hace honor a su conocido gusto por la aventura narrativa y vital para contarnos la historia de su conversión y posterior desconversión del cristianismo y, de paso, un poco de historia del cristianismo mismo.

El libro de Carrère no ha gustado nada a algunas personas, generalmente muy cultas, que le acusan de inventarse de cabo a rabo los Hechos de los Apóstoles y los Evangelios y de cortar y pegar la figura de Saúl de Tarso como a él le da la gana. Puede ser. Yo en este caso tengo la ¿bienaventuranza de la inopia? Hace tanto que los fundamentos del cristianismo están ausentes de la educación básica, que servidora ha podido darse el lujo de enfrentarse a este libro con los brazos abiertos a creerse cualquier cosa. Para mí ha sido como la primera vez que vi Star Wars.

Me gusta mucho Carrère, cómo escribe, cómo es. Cómo se avergüenza y a la vez no se acompleja de ser un bobo, un burgués bohemio mimado por un país tan propicio a sus intelectuales como es Francia. A semejante personaje le llega un día la llamada de la fe, que le mantiene en ascuas dos o tres años. Luego se le pasa. Dejándole sumido en una apasionante perplejidad: ¿cómo la gente, empezando por él mismo, ha podido sucumbir en masa a una iglesia tan rompedora, tan transgresora, que encima de creer en la resurrección literal de un individuo, va y establece una selección natural al revés, un Reino del que están excluidos los mejores, no sólo los más ricos, también los más inteligentes?

Viendo cómo el terrorismo religioso golpea París, ese París que ninguno nos resignamos a dejar de considerar nuestra capital íntima, me pregunto cuánto falta para que un Emmanuel Carrère del mundo islámico tome esa distancia, trate de explicar desde la inteligencia –esa marca de Caín…- lo que ocurre en los ardientes campos de otra fe. De otro Reino.

Carrère describe a veces el cristianismo como una cárcel bienamada del espíritu, otras como una oportunidad que, de tan vasta y excitante, daría miedo. Una vuelta de tuerca moral y vital para los que no todo el mundo puede o quiere estar preparado.

Ay. Si no fuera por esta terca, negra sospecha de que estamos derrotados de antemano por falta de dios, de verdaderas luces, de épica. Por falta de Reino, justamente, frente a...

No teniendo a mano nada más resplandeciente ni contundente, ¿puedo rezar un padrenuestro por las víctimas de París sin que me miréis con conmiseración?